¿Realmente todos nos lavamos las manos?

No es cuestión de pensar, porque eso sería malpensar, que el gobierno municipal de Ferrol es objeto de comentarios, críticas o descalificaciones de forma metódica o diaria. Digamos en todo caso que no hay semana sin la que trascienda lo que el común de los mortales considera como una “metedura de pata”. Consciente o inconscientemente –¿acaso hay diferencia entre lo uno y lo otro en esto de la responsabilidad de gobernar?– al pequeño y minado ejecutivo local de Jorge Suárez no le deben salir las cuentas en eso otro de determinar en qué consiste la previsión, que se supone que es una de las capacidades que se demandan de todo responsable político. Con el tercer año ya comenzado del mandato del alcalde de Ferrol en Común, los ferrolanos se desayunan –al menos una vez por semana– con el esperpento.
Menos mal que nos quedan las fiestas, pensará más de uno. Pero hay que ver que hasta aquí, por enésima vez, la polémica ya no se centra en la adjudicación a determinada empresa, o empresas, de la infraestructura necesaria para albergar los diferentes actos. No llega ni tan siquiera a eso. Ahora se trata de preguntarse si es el gobierno el que se investiga a sí mismo –o tal vez a un funcionario o funcionarios– por el hecho de que el palco principal estuviese casi instalado ya sin los correspondientes permisos y, sobre todo, sin que se acordase la adjudicación. ¿Es posible que una empresa decida por propia iniciativa acometer un encargo del que oficialmente no ha recibido comunicación? ¿Se puede justificar esa decisión por el hecho de que era la única firma concurrente al proceso, independientemente de que su capacidad técnica y profesional satisfaga o no las cláusulas del concurso? Siendo generosos, deduzcamos que, al menos esto último, se cumple, pero qué es lo que impide a un gobierno acometer con la necesaria premura, diligencia y previsión decisiones que se sabe muy de antemano que hay que adoptar. 
Algo más: ¿Es esta la gestión abierta y transparente de la que la formación en el gobierno de la ciudad se ufanaba en demandar desde la oposición y que prometía asumir si llegaba al poder? Cada cual puede sacar sus propias inclusiones, aunque son los hechos los que hablan más que las palabras. Por si las moscas, la cuestión se resuelve con una investigación interna. Vamos, que primero nos lavamos las manos y después – o antes, como es el caso– decidimos.
Tal vez la opinión pública no tenga ya ni ganas de escandalizarse o, simplemente, cuestionarse sobre qué acción de gobierno se puede decir que existe dado el abundante prólogo que antecedes a este último acto de contrición de tratar de averiguar por qué hay cosas que suceden cuando nadie ha ordenado que sucedan.

¿Realmente todos nos lavamos las manos?

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