Líneas que faltaban para Pepe González Collado

Nunca hay consuelo para la muerte, aunque se sepa que está por llegar, y menos cuando no se la espera. Hace dos o tres semanas mantenía una última conversación con González Collado. O Collado, a secas, por esa costumbre que tenemos de recurrir a lo más llamativo, pese a que el pintor –decía siempre– tenía padre y madre.
Ni su viuda, Fina Pena, ni sus hijas por supuesto, ni sus nietos y demás familia –ni nadie– esperaban para nada a la muerte. Y menos la este inagotable paseante, capaz de retener en la mirada el más ínfimo de los detalles que después acogerían sus obras. Pepe, como le trataron siempre quienes a él consiguieron verdaderamente acercarse, aunque fuese en estadios mínimos pero a condición de que éstos fuesen siempre consistentes, como todo caudal irredento, como todo lo que él era, que no sabía, ni podría, ser de otro modo, solo se lamentaba de la soledad. Y, si somos acordes con su forma de ver la vida, nunca le tuvo miedo a la muerte.
Pero sí a esa soledad que impulsa y determina el paso del tiempo; años que se acumulan sin apenas espacio para contarlos y que avanzan vertigionasamente una vez llegados los instantes de descuento. Lamentaba que se le fueran los amigos, no porque quisieran hacerlo sino por el olvido que ello supone, tengan plazas o calles, avenidas o bosques con su nombre, fragas vivas u orillas arrulladoras convertidas después en lienzos. La soledad puede ser abrumadora, como lo sería una muerte en vida o una celda sin ventana. Tal vez por eso la espantaba trabajando. Pero más temía la soledad de aquellos que se quedasen; en este caso Fina, su viuda. Eso sí le dolía. Eso sí le preocupaba.
De salud, bien –me dijo la última vez–; y me atrevería a decir que utilizó al toro como metáfora de su estado, que era más el del alma, como trístemente hemos comprobado. Para glosar su obra están otros. O deberían estarlo, porque es su obra lo que queda, lo que perdura, y que por esa misma razón no se le olvida, o no debiera hacerlo. Por echar, se echan en falta sus llamadas, y hasta queda el arrepentimiento personal de no haber compartido al menos alguna de las tantas comidas que Fina preparaba tras el regreso del mercado y que siempre insistían en compartir. Jureles, chocos... no sé, mientras Pepe hablaba y hablaba, dejando escapar un risa de vez en cuando al recrear un momento vivido, ya pasado. Y sí, se cabreaba... Pero, quién no se cabrea, ¿verdad, Fina? Hasta eso echaremos en falta.

Líneas que faltaban para Pepe González Collado

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