FERROL, LA DIFÍCIL RESPONSABILIDAD DEL PACTO

El panorama político ferrolano ha dado un vuelco que, si bien por esperado teniendo en cuenta la natural caída del Partido Popular, que ha perdido una decena de alcaldías en el área de influencia de la ciudad naval, no resulta menos sorprendente.
La política de pactos es, de nuevo, portal a la gobernabilidad de una ciudad que solo en 2011 dispuso por vez primera, y hasta el momento, de una mayoría absoluta en la formación liderada por el hasta ahora primer edil, José Manuel Rey Varela.
A una semana de la jornada electoral, pese a la insistencia de los mensajes imbuidos de las expectativas de los populares, que en caso de no poder renovar esa mayoría fiaban su continuidad a un acuerdo de gobierno con Ciudadanos, los resultados finales descartan esta alternativa. El PP pierde pues, pese a seguir siendo la lista más votada y aun a costa de no pagar en exceso el peaje que le han supuesto los casos de corrupción a nivel general y la dura política de recortes impresa con sangre en la clase media y en las más desfavorecidas de la sociedad, toda oportunidad de renovar el mandato.
El triunfo de la izquierda, que en conjunto suma los trece ediles necesarios para formar gobierno, tiene connotaciones propias. Frente al tradicional peso del PSdeG-PSOE, que se ha alternado con los populares en el gobierno de la ciudad a lo largo de las ya más de tres décadas de ayuntamientos democráticos, la formación liderada por Esquerda Unida en torno a Ferrol en Común, en la que también participa Anova y simpatizantes de Podemos, tiene en sus manos, por primera vez, la Alcaldía.
Ni la reciente constitución de esta alternativa a escasas fechas del inicio de la campaña electoral, ni las disensiones que acabaron por sepultar la opción de la Marea Ártabra –germen inicialmente llamado a liderar la propuesta de cambio–, ni el desconocimiento del que a todas luces se perfila como nuevo alcalde de la ciudad, han sido motivos suficientes para restar peso a lo que constituye todo un cambio de rumbo en la izquierda local.
Hasta ahora tradicional socio de gobierno en tándem con los socialistas, la formación que ha dado paso a un nuevo líder, Jorge Suárez, ha jugado siempre un papel secundario. Sin excluir la evidente importancia de la presencia de independientes y representantes de Anova en la lista, solo la liderada por Fernando Miramontes en 1991 alcanzó tal nivel de aceptación en número de representantes municipales.
El hecho de que, a apenas una semana del inicio de la campaña electoral, miembros de la lista de Ferrol en Común diesen casi por hecho la continuidad del PP en el gobierno de la ciudad, permite enfatizar su triunfo desde el punto de vista de liderar la alternativa.
Gran parte de esta nueva situación tiene base más que fundada en el rumbo del PSdeG local. La propuesta de la diputada autonómica Beatriz Sestayo se ha revelado como algo más que insuficiente de cara a liderar una opción que se ha basado en integrar también a independientes en su lista.
La pérdida de dos concejales con respecto a la candidatura de hace cuatro años de Vicente Irisarri, cuando este ya se había dejado en el camino a otros dos ediles tras recuperar el gobierno para los socialistas en 2007 merced a un pacto con los cuatro representantes de EU que apenas superó el año de vigencia, tiene un coste más que relevante. Sobre todo teniendo en cuenta la política interna de tierra quemada que ha seguido su cabeza de lista para hacerse con el control del partido y que se ha traducido en la exclusión de su candidatura de todos los ediles presentes en el pequeño hemiciclo de la plaza de Armas. Un coste que, intramuros, aunque sin demasiado interés en que no trascendiese, ha sido más que deseado por una buena parte de ese PSOE que se ha visto, y sentido, excluido, incluso a nivel de la propia ejecutiva local.
El PSOE no puede más que considerar como un fracaso los resultados, aun cuando sus cinco ediles estén llamados a configurar casi en igualdad de condiciones, y siempre que el BNG acepte lo que en 2007 rechazó, es decir, integrarse en el gobierno municipal, un ejecutivo local orientado a espantar el habitual derrotero de desencuentros que, con mayor o menor intensidad, han protagonizado la política de pactos de la izquierda en la séptima urbe gallega.
No faltan quienes consideren inviable esta alternativa, sobre todo a raíz del fracasado acuerdo anterior, en el que la secretaria general de los socialistas ferrolanos jugó, como se sabe, un papel protagonista a la sombra del entonces alcalde, Vicente Irisarri, o cuando menos no ajena a la fragilidad que supone el difícil equilibrio de sensibilidades, cuando no personalismos, que dominan toda política local.
El BNG, que llegó a gobernar en 1999 un municipio inicialmente ausente del nacionalismo en la figura de Xaime Bello, no puede sino evaluar en parte como un éxito el hecho de haber logrado mantener los dos ediles con los que ya contaba pero, a la vez, comprobar que también, a diferencia de otras formaciones, este parece ser el techo al que está confinado, al menos por el momento, muy lejos de los ocho logrados hace dieciséis años ya.
Dando por hecho la presencia del nacionalismo, ese futuro gobierno depende pues de la propia integridad de los postulados de estas tres últimas formaciones, que han tenido en común como base casi única de trabajo la de desbancar, aunque como se ve por la mínima, al Partido Popular.
El verdadero reto a día de hoy no es ya pues el de favorecer un cambio, sino el de demostrar que este es viable y que la ciudad cabecera de comarca tiene alternativas al margen de los gobiernos central y autonómico.
Pero también, sobre todo, el de configurar una acción política con miras de futuro, atenta a cuestiones tan vitales como es la de apoyar y generar proyectos que reduzcan la elevada tasa de desempleo, que contribuyan a la recuperación económica y que avancen en aspectos como la recuperación urbanística, el desarrollo de infraestructuras vitales para estos fines y, en especial, la capacidad de que la ciudad respalde con al menos mínimos grados de confianza la acción de gobierno.
Un gobierno que tendrá sin duda una férrea acción opositora por parte del Partido Popular. Y es que, a diferencia de ocasiones precedentes, el equipaje de su líder, José Manuel Rey, para afianzar el frente opositor tiene mucho más contenido y formará parte de la esencial munición política que se disparará a lo largo de los próximos cuatro años.
La principal labor de Suárez ha de centrarse obligadamente, por lo tanto, en una política viable, capaz de conciliar tan arrobadoras como sutiles lo son todas las “sensibilidades” que se aglutinan en torno a él.
A diferencia de un partido único, en el que el liderazgo no solo es cuestión de suposición sino todo un hecho, la política de pactos presenta retos que en esta ciudad, se mire por donde se mire, ha carecido hasta ahora del más mínimo sentido práctico de la realidad. Asumir esta máxima constituiría un punto de partida cuya conclusión ya se intuirá en la capacidad de negociación previa a la investidura.
Suárez lo dijo hace escasos días: “Ferrol en Común está llamado a liderar el cambio”. Más que una expectativa, vistos ahora los resultados, o una simple lectura electoralista si se quiere, la realidad deja en sus manos el futuro que las urnas le han concedido.
De escaso valor, salvo el que el resto de las fuerzas políticas presentes en estos comicios se quieran otorgar tras haber visto truncadas sus expectativas, tiene el hecho de que la ciudad haya dado más votos a la derecha organizada que a una izquierda dispersa pero que ha recuperado la posibilidad de ejercer el poder bajo criterios de una estabilidad que, sobre todo, ha de saber demostrar.
No es fácil gobernar Ferrol. Se puede decir que, en comparación con otras grandes ciudades gallegas, ha sido la que de forma más palpable ha soportado las peores consecuencias de sucesivas crisis económicas.
Esta realidad se plasma en sus calles y en el conjunto de su sociedad. Se ha perdido población, barrios enteros han estado al margen de procesos viables de recuperación y aspectos como los de la atención social, la cultura, el desarrollo urbanístico e industrial continúan, pese a algunos avances, siendo materia más que pendiente.
El papel de la función pública es tan determinante como obligada es su reforma para agilizar procesos que favorezcan las políticas a desarrollar y no, por el contrario, un obstáculo para su aplicación.
Los próximos días, las próximas semanas, serán determinantes en este nuevo enfoque con el que los ferrolanos han saludado su derecho a ejercer la libertad individual como máxima expresión de la elección de sus representantes. Es sin embargo a la ciudad en su conjunto a la que hay que felicitar, al margen de toda preferencia, de toda disyuntiva como la que aporta la elección de sus representantes, bajo la premisa de que quienes están llamados a tal fin sepan responder a sus expectativas.El panorama político ferrolano ha dado un vuelco que, si bien por esperado teniendo en cuenta la natural caída del Partido Popular, que ha perdido una decena de alcaldías en el área de influencia de la ciudad naval, no resulta menos sorprendente.
La política de pactos es, de nuevo, portal a la gobernabilidad de una ciudad que solo en 2011 dispuso por vez primera, y hasta el momento, de una mayoría absoluta en la formación liderada por el hasta ahora primer edil, José Manuel Rey Varela.
A una semana de la jornada electoral, pese a la insistencia de los mensajes imbuidos de las expectativas de los populares, que en caso de no poder renovar esa mayoría fiaban su continuidad a un acuerdo de gobierno con Ciudadanos, los resultados finales descartan esta alternativa. El PP pierde pues, pese a seguir siendo la lista más votada y aun a costa de no pagar en exceso el peaje que le han supuesto los casos de corrupción a nivel general y la dura política de recortes impresa con sangre en la clase media y en las más desfavorecidas de la sociedad, toda oportunidad de renovar el mandato.
El triunfo de la izquierda, que en conjunto suma los trece ediles necesarios para formar gobierno, tiene connotaciones propias. Frente al tradicional peso del PSdeG-PSOE, que se ha alternado con los populares en el gobierno de la ciudad a lo largo de las ya más de tres décadas de ayuntamientos democráticos, la formación liderada por Esquerda Unida en torno a Ferrol en Común, en la que también participa Anova y simpatizantes de Podemos, tiene en sus manos, por primera vez, la Alcaldía.
Ni la reciente constitución de esta alternativa a escasas fechas del inicio de la campaña electoral, ni las disensiones que acabaron por sepultar la opción de la Marea Ártabra –germen inicialmente llamado a liderar la propuesta de cambio–, ni el desconocimiento del que a todas luces se perfila como nuevo alcalde de la ciudad, han sido motivos suficientes para restar peso a lo que constituye todo un cambio de rumbo en la izquierda local.
Hasta ahora tradicional socio de gobierno en tándem con los socialistas, la formación que ha dado paso a un nuevo líder, Jorge Suárez, ha jugado siempre un papel secundario. Sin excluir la evidente importancia de la presencia de independientes y representantes de Anova en la lista, solo la liderada por Fernando Miramontes en 1991 alcanzó tal nivel de aceptación en número de representantes municipales.
El hecho de que, a apenas una semana del inicio de la campaña electoral, miembros de la lista de Ferrol en Común diesen casi por hecho la continuidad del PP en el gobierno de la ciudad, permite enfatizar su triunfo desde el punto de vista de liderar la alternativa.
Gran parte de esta nueva situación tiene base más que fundada en el rumbo del PSdeG local. La propuesta de la diputada autonómica Beatriz Sestayo se ha revelado como algo más que insuficiente de cara a liderar una opción que se ha basado en integrar también a independientes en su lista.
La pérdida de dos concejales con respecto a la candidatura de hace cuatro años de Vicente Irisarri, cuando este ya se había dejado en el camino a otros dos ediles tras recuperar el gobierno para los socialistas en 2007 merced a un pacto con los cuatro representantes de EU que apenas superó el año de vigencia, tiene un coste más que relevante. Sobre todo teniendo en cuenta la política interna de tierra quemada que ha seguido su cabeza de lista para hacerse con el control del partido y que se ha traducido en la exclusión de su candidatura de todos los ediles presentes en el pequeño hemiciclo de la plaza de Armas. Un coste que, intramuros, aunque sin demasiado interés en que no trascendiese, ha sido más que deseado por una buena parte de ese PSOE que se ha visto, y sentido, excluido, incluso a nivel de la propia ejecutiva local.
El PSOE no puede más que considerar como un fracaso los resultados, aun cuando sus cinco ediles estén llamados a configurar casi en igualdad de condiciones, y siempre que el BNG acepte lo que en 2007 rechazó, es decir, integrarse en el gobierno municipal, un ejecutivo local orientado a espantar el habitual derrotero de desencuentros que, con mayor o menor intensidad, han protagonizado la política de pactos de la izquierda en la séptima urbe gallega.
No faltan quienes consideren inviable esta alternativa, sobre todo a raíz del fracasado acuerdo anterior, en el que la secretaria general de los socialistas ferrolanos jugó, como se sabe, un papel protagonista a la sombra del entonces alcalde, Vicente Irisarri, o cuando menos no ajena a la fragilidad que supone el difícil equilibrio de sensibilidades, cuando no personalismos, que dominan toda política local.
El BNG, que llegó a gobernar en 1999 un municipio inicialmente ausente del nacionalismo en la figura de Xaime Bello, no puede sino evaluar en parte como un éxito el hecho de haber logrado mantener los dos ediles con los que ya contaba pero, a la vez, comprobar que también, a diferencia de otras formaciones, este parece ser el techo al que está confinado, al menos por el momento, muy lejos de los ocho logrados hace dieciséis años ya.
Dando por hecho la presencia del nacionalismo, ese futuro gobierno depende pues de la propia integridad de los postulados de estas tres últimas formaciones, que han tenido en común como base casi única de trabajo la de desbancar, aunque como se ve por la mínima, al Partido Popular.
El verdadero reto a día de hoy no es ya pues el de favorecer un cambio, sino el de demostrar que este es viable y que la ciudad cabecera de comarca tiene alternativas al margen de los gobiernos central y autonómico.
Pero también, sobre todo, el de configurar una acción política con miras de futuro, atenta a cuestiones tan vitales como es la de apoyar y generar proyectos que reduzcan la elevada tasa de desempleo, que contribuyan a la recuperación económica y que avancen en aspectos como la recuperación urbanística, el desarrollo de infraestructuras vitales para estos fines y, en especial, la capacidad de que la ciudad respalde con al menos mínimos grados de confianza la acción de gobierno.
Un gobierno que tendrá sin duda una férrea acción opositora por parte del Partido Popular. Y es que, a diferencia de ocasiones precedentes, el equipaje de su líder, José Manuel Rey, para afianzar el frente opositor tiene mucho más contenido y formará parte de la esencial munición política que se disparará a lo largo de los próximos cuatro años.
La principal labor de Suárez ha de centrarse obligadamente, por lo tanto, en una política viable, capaz de conciliar tan arrobadoras como sutiles lo son todas las “sensibilidades” que se aglutinan en torno a él.
A diferencia de un partido único, en el que el liderazgo no solo es cuestión de suposición sino todo un hecho, la política de pactos presenta retos que en esta ciudad, se mire por donde se mire, ha carecido hasta ahora del más mínimo sentido práctico de la realidad. Asumir esta máxima constituiría un punto de partida cuya conclusión ya se intuirá en la capacidad de negociación previa a la investidura.
Suárez lo dijo hace escasos días: “Ferrol en Común está llamado a liderar el cambio”. Más que una expectativa, vistos ahora los resultados, o una simple lectura electoralista si se quiere, la realidad deja en sus manos el futuro que las urnas le han concedido.
De escaso valor, salvo el que el resto de las fuerzas políticas presentes en estos comicios se quieran otorgar tras haber visto truncadas sus expectativas, tiene el hecho de que la ciudad haya dado más votos a la derecha organizada que a una izquierda dispersa pero que ha recuperado la posibilidad de ejercer el poder bajo criterios de una estabilidad que, sobre todo, ha de saber demostrar.
No es fácil gobernar Ferrol. Se puede decir que, en comparación con otras grandes ciudades gallegas, ha sido la que de forma más palpable ha soportado las peores consecuencias de sucesivas crisis económicas.
Esta realidad se plasma en sus calles y en el conjunto de su sociedad. Se ha perdido población, barrios enteros han estado al margen de procesos viables de recuperación y aspectos como los de la atención social, la cultura, el desarrollo urbanístico e industrial continúan, pese a algunos avances, siendo materia más que pendiente.
El papel de la función pública es tan determinante como obligada es su reforma para agilizar procesos que favorezcan las políticas a desarrollar y no, por el contrario, un obstáculo para su aplicación.
Los próximos días, las próximas semanas, serán determinantes en este nuevo enfoque con el que los ferrolanos han saludado su derecho a ejercer la libertad individual como máxima expresión de la elección de sus representantes. Es sin embargo a la ciudad en su conjunto a la que hay que felicitar, al margen de toda preferencia, de toda disyuntiva como la que aporta la elección de sus representantes, bajo la premisa de que quienes están llamados a tal fin sepan responder a sus expectativas.

FERROL, LA DIFÍCIL RESPONSABILIDAD DEL PACTO

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