Votar o no votar

esa es la cuestión sobre la que hoy hemos de reflexionar. Ya después cada uno regalará su confianza a quien quiera. El dilema de acudir a las urnas o no tiene su base en las circunstancias especiales que estamos viviendo a la sombra de ese virus que no nos deja en paz, aunque poco a poco se va debilitando, pero mantiene su furia que nos amenaza en forma de brotes por su propia voluntad y por el miedo que genera cuando es utilizado torticeramente como arma política por políticos de dudosa talla moral. 
Es evidente que los partidos de izquierdas y nacionalistas buscaron la suspensión del proceso electoral en la Mariña lucense y, si pudieran, en toda Galicia. Esto tiene, a mi juicio, más que ver con la demoscopia desfavorable con la que cuentan que con la realidad de la amenaza  del Covid. Le exigieron a Feijóo que aplazara de nuevo la convocatoria electoral, aún a sabiendas de que tal decisión se escapa a los poderes del presidente y conociendo, además, que la junta electoral se ha pronunciado a favor de que las elecciones sigan su curso y sabiendo ambos datos, cabe preguntarse qué buscaban. Una posibilidad sería la de pretender contagiar miedo al cuerpo electoral para engordar la abstención, dando por hecho que una votación masiva beneficiaría al candidato del PP como recogen las encuestas, la otra posibilidad que se me ocurre es la del miedo al resultado, es decir, el miedo a que los gallegos nos pronunciemos libremente sobre quien queremos que nos gobierne los próximos cuatro años. 
Tengo la seguridad de que los gallegos, que sabemos lo que queremos, acudiremos el domingo a los colegios electorales ordenadamente, guardando las distancias y con la paciencia lógica que en estas circunstancias exige el sentido común, si normalmente votar nos ocupa diez minutos, es posible que en esta ocasión nos lleve quince, que vayamos con mascarilla y que nos lavemos las manos con el gel hidroalcohólico que habrá en las mesas electorales, pero la responsabilidad que tenemos con el futuro de nuestra tierra y de nuestros hijos bien merece este pequeño esfuerzo que, más que un esfuerzo, es un derecho. 
Pero es que, además, si tú no lo ejerces, otros decidirán por ti y es posible que, cuando sea tarde, el resultado no te represente, pero, quieras o no, te gobernará durante cuatro años. Si de verdad los que piden la suspensión lo hicieran convencidos y de buena fe, no solo pedirían la suspensión electoral si no que le pedirían a sus votantes que se quedaran en casa, que no fueran a votar para no corren los riesgos que pregonan, pero esto no lo hacen, no solo no lo hacen sino que en el boca a boca les imploran que voten eso si, por su partido, Luego cabe concluir que ese miedo que expanden, pretenden que afecte a personas mayores con cuyo voto parecen no contar. Curiosamente, cuando la gestión de la crisis dependía del gobierno central, apoyado por toda la izquierda, los nuevos mesías del miedo celebraban cada paso hacia la normalidad y animaban a consumir en cafeterías y a pasear por las calles con alegría. Si se hacen bien las cosas, y se harán, ir a votar no tiene más riesgo que sentarse en un bar, entrar en un comercio o ir a una farmacia. 
Por todo ello, el día de hoy ha de servir parta reflexionar sobre lo que supondría no ir a votar y las consecuencias de esta renuncia. Galicia no merece nuestra ausencia, no merece que le demos la espalda en un momento crucial para su futuro, que es el nuestro y esto es tan importante que nos obliga a actuar con lealtad con esta tierra, con nuestras ideas y nuestros principios. La democracia es un bien común, Galicia es nuestro bien común, nuestra forma privilegiada de ser españoles. El domingo protejamos estos bienes, el domingo Galicia.

Votar o no votar

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