La vida no sigue igual

llá por el año 1970, Julio Iglesias saltaba a una más que merecida fama tras su paso por el Festival Internacional de la Canción de Benidorm. Por aquel entonces, aquel joven cuyos sueños futbolísticos se habían visto truncados a causa de un terrible accidente de tráfico, probaba suerte en el mundo de la música como compositor e intérprete de la canción titulada: “La vida sigue igual”, en la que narraba en pocas palabras y con un ritmo tan apasionado como lineal que, a pesar de todo, había que continuar y que, de algún extraño modo, la vida no cambiaba en demasía sus ciclos.
Reflexionando sobre la letra de aquel tema con el que tuvo a bien obsequiarnos uno de nuestros cantantes más internacionales, me pregunto si de haberla compuesto hoy en día no hubiera modificado alguna de sus estrofas para mencionar que, de cuando en cuando, ocurrían en la vida cosas cuya magnitud superaba los límites de lo conocido para desbaratar su devenir por un tiempo indefinido y sumergirnos de lleno en la mayor de las incertidumbres, prima carnal de la desilusión.
El coronavirus nos ha cambiado a todos tan lenta como progresivamente. A unos para bien y a otros para mal. La enfermedad que nos envuelve ha logrado sacar lo mejor de los solidarios y lo peor de los que no lo son. Mientras caminamos sorteando huevos para no contagiar ni ser contagiados, nuestros ánimos aflojan ante la falta de plazos y en nuestro interior se genera una pelea entre los deseos de continuar avanzando a pesar de todo y el miedo a un futuro que no tiene precedentes.
La vida no sigue igual y, seguramente, no vuelva a hacerlo nunca del todo; lo cual no significa que vaya a ser peor, solamente que no sabemos cómo va a ser. Puede que salgamos fortalecidos y más humanos, siendo conocedores de nuestra propia fragilidad y poniendo los medios para evitar males futuros, o incluso es posible que todo esto no haya servido para nada porque el ser humano es tendente a olvidar aquello que no le gusta. En cualquier caso, es de obligado cumplimiento seguir viviendo y es necesario para nuestros espíritus mantener la esperanza de que todo esto se solucionará pronto, poniendo cada individuo todo lo posible por su parte para que así sea, porque en la cooperación individual radica el éxito colectivo.
Siempre habrá motivos para vivir y luchar, siempre habrá por quien sufrir y a quien amar. Las obras se quedarán, nosotros nos marcharemos, otros las continuarán y la vida seguirá. Ese es el ciclo desde el comienzo de los tiempos, tras pandemias, guerras, crisis y matanzas. Nada dura para siempre porque, aunque la mayoría de nosotros estemos atravesando por el periodo más incierto de nuestras vidas, mucho antes de que habitásemos el planeta azul, otros también tuvieron un miedo atroz a aquello desconocido que les tocó vivir.
De cualquier modo, la vida es ese juego feroz y encantador que a veces no se entiende y que, en ocasiones y tal y cómo le sucedió en la realidad al autor que inspira el título de este texto, se tuerce para luego enderezarse… 
Porque en muchas ocasiones lo que parece malo es solo una oportunidad para hacer algo mejor si, a pesar de todo, no se pierde la ilusión y se trabaja en el camino correcto.  

La vida no sigue igual

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