Mentiras

La honestidad es una cualidad que ha dejado de estar de moda en la sociedad del amiguismo, el peloteo y el sálvese quién pueda. Para ello, la mentira ha ido haciéndose un hueco a codazos entre aquellos que nunca han tenido principios o que simplemente han decidido dejarlos abandonados en una esquina bajo insostenibles justificaciones, o al abrigo de la necesidad de bailar al ritmo del postor considerado como más apetecible en según qué momento.

La mentira es la cloaca del alma. Es la mezquindad. Huele a podrido, es sucia y oscura, tiene unas patas muy cortas para correr y suele acabar dejando al mentiroso en cueros frente a sí mismo y frente a los demás. Es complicada de mantener en el tiempo y contamina las entrañas propias y ajenas, poniendo en tela de juicio la calidad humana de quien la lleva a cabo y contaminando de desconfianza a quien la padece.

Jean-Paul Sartre solía repetir que lo peor de que te mintiesen no era la mentira en sí, sino el saber que no eras merecedor de la verdad. En mi opinión hay mucho de cierto en esta sentencia. No duele la trampa, ni tan siquiera el engaño que a veces es solamente fruto de la necesidad de salir al paso tras la falta; lo más terrible es que el que miente está subestimando la inteligencia de los engañados y decepcionando sus entretelas para siempre.

Mentir es de cobardes, de huidizos, de seres que son sin ser. Aunque decir siempre la verdad puede ser doloroso, o incluso llegar a ser confundido con prepotencia o dureza por las entendederas más débiles; es preferible una puñalada mortal que la merma psicológica y desconcertante que llega a representar el engaño para las víctimas del mismo.

Quien más o quien menos ha contado alguna mentira a lo largo de su vida, pero es diferente una pequeña trampa para salir del paso de una situación incómoda en la que la mayoría nos hemos visto involucrados alguna vez, que ser recurrentes en el engaño o que-incluso- este afecte seriamente a terceros; lo cual resulta a todas luces imperdonable.

Las personas comunes y corrientes que no hemos caído jamás en las fauces de las grandes mentiras, debemos hacer uso de paños calientes para evitar hacer daño a nadie con nuestras verdades. Tengamos cuidado con lo que decimos y, sobre todo, con cómo lo hacemos. He ahí la diplomacia de la que el mentiroso-ocupado únicamente en salvaguardar sus posaderas-, carece.

No es necesario mentir si se sabe decir la verdad con delicadeza y empatía. Es muy importante ponerse en la piel de la víctima para comprender cómo nos sentiríamos si, en lugar de estar engañando a alguien nos estuviesen engañando a nosotros. Es imprescindible hacer este ejercicio para ser una mejor persona.

En cualquier caso, procuremos decir la verdad siempre con delicadeza y no hacerle a nuestro vecino lo que no nos gustaría que nos hiciesen a nosotros. Pensar un poco más allá de nuestras narices nos ayuda a comprender el mundo y a componer el entramado de una sociedad sin rencores ni temores hacia nuestros semejantes.

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