Familia y seres queridos

En mi deambular por la vida y, a pesar de criterios impuestos, he ido descubriendo la enorme diferencia que existe entre formar parte de una familia y sentirse un ser querido dentro de la misma. 

En el primer caso, no elegimos nada porque todo nos viene impuesto. De pronto y por obra y gracia de nuestros padres, nos vemos obligados a aceptar, respetar e incluso a querer a ciertas personas de las que, de haber podido elegir, hubiéramos huido despavoridos; básicamente porque nada tienen que ver con nuestro pensamiento, palabra y obra.

En el segundo de los casos y, al margen del parentesco existente, saberse un ser querido para alguno de los miembros de una familia o sentir en carne propia el amor hacia cualquiera de sus integrantes,  es como regresar a casa o como no haber salido nunca de ella. El tiempo parece pararse y el reencuentro siempre es un abrazo. La química flota y el recuerdo de lo vivido juntos permanece latente con ese sabor tan bello de lo añejo, de lo aprendido por todas las partes y de lo que ha servido y sirve para componer nuestra verdadera esencia.
Un familiar verdaderamente querido es como un oasis en el medio del desierto, como una bocanada de aire fresco y como un regalo en sí mismo. Es sentir que, pasen los años que pasen, el tiempo lo para todo durante un rato. Volvemos a nuestros orígenes y nuestra esencia prevalece sobre lo vivido y hasta sobre lo aprendido. Somos lo que somos sin trampas ni disfraces. 

Nos sabemos queridos por lo que somos y no por lo que tenemos. Nos aceptamos con nuestros fracasos, nos sinceramos y hasta nos confesamos. Sabemos que nos quieren tanto como queremos. La regla de la reciprocidad de sentimientos entra en juego para quedarse y volvemos a ser quienes realmente fuimos y quienes ya solamente podemos ser a veces.

No se aflijan si ustedes no son capaces de sentir en carne propia un amor infinito por la mayor parte de sus familiares más cercanos. Ser familia no tiene porqué ser nada y, sin embargo, puede serlo todo. En el vínculo del parentesco no son todos los que están ni están todos los que son. 

Existen amigos más queridos que muchos integrantes de nuestra propia estirpe, porque han sido elegidos por nosotros como espejos del alma propia a los que, de cuando en cuando, permitimos mirar en nuestras entrañas o abrimos las entretelas de nuestras almas.
El querer no es cuestión de sangre, es cuestión de química, empatía y simpatía. A veces, se quiere a quien no se debe y, otras tantas, se quiere querer a quien no merece ser querido. El amor verdadero es un refugio que se encuentra en algunas ocasiones y que puede adoptar varias formas, con indiferencia de que exista o no una relación de un parentesco que, aunque no tiene por qué dar derecho a nada, crea para nosotros un cobijo inigualable.

Familia y seres queridos

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