El triunfo equivocado

si me preocupa el hecho de que el panorama socio-político español de unos meses a esta parte se haya dibujado ante nosotros con forma de interrogación y generando en la mayor parte de los ciudadanos una batalla interna entre la esperanza y la incertidumbre, creo que me angustia todavía más percibir la pérdida de valores de la que hacen gala una gran mayoría de nuestros jóvenes; llamándome especialmente la atención el hecho de que muchos integrantes de nuestra cantera, es decir, aquellos que con suerte pagarán nuestras pensiones y compondrán el entramado de nuestro país, opinen que triunfar es sinónimo de ser rico. 

Para ellos, si no llegas a conocer en carne propia las veleidades de conducir un vehículo de lujo- mientras varios más aguardan en el garaje-, careces de una casa cuyos metros se cuentan por cientos, no dispones de servicio doméstico, vistes con ausencia de marcas de renombre, o tu vida no transcurre entre viajes y restaurantes de última moda; resulta que –sin comerlo ni beberlo– te habrás convertido en un pobre diablo cuya existencia pasará sin pena ni gloria para la mayoría... Y, ante este equivocado pensamiento, mi responsabilidad como ciudadana y como madre, me obligan a hacer una reflexión sobre lo que yo considero que es un triunfador y un fracasado. 

Un triunfador es un ser que se propone una meta, lucha por ella, salva todos los obstáculos que se va encontrando por el camino para poder llevarla a cabo, cree que lograrla es posible a pesar de que la duda aporree su puerta en ciertos momentos y, aun así, exhausto por la estrechez de las ratoneras por las que durante el proceso se tuvo que meter y con la mente agotada; concluye un fin y va a por otro sin tiempo de reacción. 

Un fracasado es alguien que se ha rendido o que emplea su tiempo –a falta de cosas más importantes en las que pensar–, en tonterías en las que le suele ir la vida nada más que a él. Fracasar es cesar en el empeño hacia un fin o dejar de intentar por considerar que este es difícil o demasiado grande para uno. El fracaso es una rendición que suele ir envuelta en culpas y en culpables, es no tener ganas de esforzarse, es buscar el camino fácil y es tratar de llenar la vida de uno con la de los demás o con lamentos.

Con independencia de formar parte de uno u otro grupo, tanto el triunfador como el fracasado son absolutamente ajenos a sus economías. Existen triunfadores que no son ricos en absoluto y fracasados que nadan en la abundancia material. Nuestros jóvenes deberían conocer la diferencia y nosotros tenemos la obligación moral de enseñársela. La riqueza no es más que un símbolo externo que a muchos les sirve para ayudar, a otros para tapar carencias de toda índole y, a algunos, para divertirse durante un tiempo más que otros. No hay más. Ni menos.

Procuremos que nuestros polluelos aprendan que es en el carácter donde radica el éxito personal. Tratemos de alimentar sus mentes para que crezcan como personas de bien que no se cieguen ante lo efímero de los símbolos externos y enseñémosles que, al margen de triunfadores o fracasados, solo somos personas que debemos tratar de contribuir a que la sociedad presente y futura sea mejor… Y nada de eso será posible si no nos paramos un rato a enseñarles a ser. Porque es en el ser donde radica el éxito personal y nunca en el haber ni en el tener.

El triunfo equivocado

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