OTRO FERROL

Recuerdo la llegada a Ferrol cada semana viniendo en el bus de la Universidad; algo intangible se nos despertaba dentro cuando divisábamos la enorme grúa de los astilleros en el horizonte. Llegábamos a casa. Recuerdo la niñez en casa de mi abuela, jugando con mis tíos con las cajas de fruta que nos traían del mercado de Recimil con las que hacíamos cabañas bajo las cuales nos contábamos historietas antes de irnos a tomar el polo de hielo a Rodrigo o a jugar al futbolín. Recuerdo los domingos de cine en el Madrid París de muy pequeña, y en el Capitol o el Cinema. Los juegos en el Inferniño y San Juan al brilé, al pañuelo... Las noches de carnaval en la calle del Sol, enmascarados con más o menos arte o simplemente con el disfraz autóctono del buzo de Bazán o Astano como un apaño rápido para una noche fantástica con los amigos en calles y bares abarrotados. Hoy de nuestros astilleros cuelgan buzos que ya sólo lloran, por sobredosis letal de mentiras que han ido deslizando una Derecha inhumana, profundamente soberbia e incompetente para lanzar cortinas de humo al estilo más burdo y soez para tapar su incontinencia de incumplimientos. Hoy ya no se promete el dique flotante al que necesitamos aferrarnos y el flotel que debería estar terminado sigue siendo una aspiración a un concurso público que se ha postergado por cuarta vez. Y nadie piede perdón después de estafar con dolo y alevosía electoral a todo un pueblo. Hoy llegan noticias de la pérdida de los gaseros a favor de Asia y hasta de la posibilidad de que ni siquiera se hiciera una oferta formal en condiciones mientras llueven torrencialmente los despidos. Hoy no hay sombra de los quimiqueros, remolcadores comprometidos por Feijóo y su máquina de mentiras... Los indolentes buscarán titulares morbosos para desviar la atención a costa de fabricar lo que sea para que no se hable de lo que se debiera hablar: del paro, de la emigración, de las promesas incumplidas, del fracaso del Plan Ferrol en manos de unos indolentes, de los comercios cerrados, de un Recimil que ha visto cómo le derriban un edificio simbôlico, de unas calles sombrías que recuerdan fantasmas. Hoy ir al barrio de San Juan es enterrarse en incomprensibles socavones propios de un país tercermundista... Pero existe otro Ferrol. Ese otro Ferrol para quienes no nos rendimos en lugar de buscar excusas, y esa ciudad, de los valientes, volverá más bonita y mejor.

OTRO FERROL

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