EL DISCRETO VALERÓN

Cuando llegó al Deportivo, Valerón era casi incapaz de hilvanar dos frases. Unos atribuyeron su escasa locuacidad a una timidez congénita; otros, a la discreción que imponía la humildad propia de su fervor religioso. De todas formas, su parquedad de palabras era un problema menor, porque a los futbolistas no se les pide que sean Demóstenes, sino unos maestros en el manejo del balón, y en este sentido el canario estaba sobrado.
Makaay, que vivió rodeado de estrellas tanto en el Deportivo como en el Bayern de Múnich y en la selección holandesa, confesó al retirarse que “El Flaco” era el mejor futbolista que había tenido a su lado. No se trataba de una exageración, pues Valerón impartió centenares de clase magistrales vestido de blanquiazul.
Veía el hueco donde casi ningún otro jugador era capaz ni siquiera de intuirlo y allí colocaba la pelota. Makaay fue precisamente uno de los que más se benefició de la pericia de su compañero, cuyos pases lo dejaban en la situación más ventajosa para rematar. De hecho, esos precisos envíos sirvieron para labrar gran parte de la Bota de Oro que ganó el holandés como máximo goleador europeo.
El deportivismo disfrutaba de la etapa más esplendorosa del club, que duró hasta que los celos por la pérdida de protagonismo estallaron en los despachos. Comenzó entonces la labor de demolición. Irureta se marchó aburrido y llegó Caparrós; un tipo con graves problemas hematológicos. Al firmar por el Deportivo aseguró que por sus venas corría sangre blanquiazul; sin embargo, dos años más tarde, cuando se comprometió con el Athletic de Bilbao, su sangre, según sus propias palabras, era rojiblanca. A Caparrós le sucedió Lotina, apodado “el lastre” por su capacidad para hundir a todos los equipos cuya dirección le encomendaban. Uno y otro eran poco partidarios del fútbol de calidad, así que relegaron a un papel secundario a Valerón, quien, pese a ello, se mantuvo circunspecto.
Lotina confirmó que su mote se ajustaba a la realidad. Y entre sus habilidades y las cargas de profundidad que se lanzaban sin descanso desde las alturas, el Deportivo acabó en Segunda. A Valerón le tocó entonces pluriemplearse: ejercer de maestro en el campo y de bombero en el vestuario.
El presidente le juró amor eterno, pero la relación se quebró, como antes había ocurrido con Arsenio, Djukic, Bebeto, Mauro Silva, Fran... contra quienes se montaron burdas campañas de desprestigio que, sin embargo, llegaron a intoxicar a algunos aficionados, para quienes sus ídolos se transformaron en demonios. La falta de credibilidad impidió que se intentase realizar la misma treta con “El Flaco” cuando decidió irse para volver a ser feliz. Lo es y tanto en Las Palmas que durante su presentación estuvo tan locuaz como discreto y no pronunció una sola palabra sobre las traiciones de las que ha sido víctima.

EL DISCRETO VALERÓN

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