QUE ME DIGA QUÉ LE DEBO

Siniestro Total era una banda graciosa, con mucha mala leche y cierto talento poético que dio en los ochenta a la sabiduría popular algunas frases para el recuerdo. A mí me parece especialmente interesante el “que me diga qué le debo” pero creo que por motivos totalmente diferentes a los que motivaron esa gran oda al camarero de antro que hacía las cuentas de lo consumido, en pesetas, en lápiz y sobre la barra. Y es que, en algunas interacciones diarias con personas y personajes que pueblan este lugar en el que vivimos –ya no sé si llamarle siquiera ciudad después del último censo–, me encuentro pensando “¿es que será que le debo algo?”.
Me pasa cuando trato de reclamar mi sitio en una acera frente a una cadena en horizontal de señoritas Escarlata. El republicano “no pasarán”, creo yo, no tenía este significado. O cuando –milagro– encuentro aparcamiento antes que el ocupante del Mercedes turbo inyección último modelo, que debe haber costado tanto que no le deja a su dueño un euro para pagarse el parking. O cuando llego al banco antes que alguien que, realmente, no tiene nada más que hacer en toda la mañana pero considera que mis gestiones no acarrean ni la mitad de importancia que las suyas. O cuando digo que no a las decenas de atorrantes de todas las formas y pelajes que han hecho del centro su chalet de verano y tienen a la vecindad hasta cambiando de sentido para esquivar sus acercamientos. Díganme qué les debo exactamente a estos últimos, porque algunos comentarios que he escuchado cuando me he negado a “socializar” mis, por otra parte, escasos recursos serían para retarlos a un duelo al amanecer, si consiguen levantarse de la cama ambas partes a esas horas tan tempranas.
Miradas asesinas por debajo del rímel pegoteado, comentarios “por lo bajini” a las espaldas, gestos despreciativos o de impaciencia –ya saben, eso de suspirar, levantar los hombros, chasquear la lengua–... Deberían saber ustedes que me he hecho un curso específico en impermeabilización profesional solo para dejar de preocuparme por todas esas cosas con las que quieren hacerme sentir vergüenza ajena. Porque, entérense, no les debo a ustedes nada.

QUE ME DIGA QUÉ LE DEBO

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