Lo que nos piden es el voto del miedo

conscientes de que han perdido el crédito que les quedaba –que en el caso de algunos ya era más bien escaso–, los partidos políticos recurren al miedo para llevar a los votantes a las urnas.
La sombra de la abstención planea siempre sobre las elecciones –ya sean al Gobierno, a la Alcaldía o para designar al delegado de clase– y la movilización de los fieles no parece que vaya a resultar tan efectiva como en la última ocasión. Porque al tiempo que se perdían en tropel estos fieles aumentaba el hartazgo.
Incapaces de convencer con medidas en las que no cree nadie –a veces parece que ni siquiera los candidatos– lo único que les queda por hacer es apelar a nuestros temores. Vota por nuestro partido para que no gane otro que sea peor. Es la estrategia del mediocre: esperar que haya otros que ofrezcan todavía menos que él. En este caso, no es que ofrezcan menos, es que lo que propongan nos deje en una situación más complicada todavía. 
El panorama va desde la resignación de buena parte de electorado a sufrir unos terceros comicios generales en cuanto se certifique que los que tienen que solucionar el bloqueo siguen enrocados al pánico de otra parte a que llegue el lobo –a caballo, en Falcon, subido a un tractor, con la coleta al viento o abrazando a un cachorro– y siembre el caos.
Es un motivo tan respetable como cualquier otro para elegir una papeleta y no otra, pero es uno de los más tristes. La certificación de que no hay una sola opción que ilusione, en la que se pueda confiar para que el país tenga un futuro. El miedo, aunque en ocasiones haga aflorar en el ser humano un instinto de supervivencia capaz de superar cualquier situación, no parece el sentimiento con el que deberíamos ir a los colegios electorales. Deberíamos merecer más.

Lo que nos piden es el voto del miedo

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