Hubo un tiempo en el que si en alguna calle había un bajo vacía, al cabo de dos o tres semanas, terminaba abriéndose una sucursal bancaria. Muchos pensaban que no había en el país tanto dinero para semejante despliegue, pero aún así, las entidades apostaban por la proximidad a sus clientes. Ahora, en solo diez años, se han cerrado más de novecientas sucursales y se han perdido unos 4.500 empleos. Una sangría que seguirá, ya que son varios los bancos que han anunciado planes de recorte. Y todo puede ir a peor si se cumple el deseo de la UE de fusionar entidades. La cosa está más que cruda para un sector que está en crisis.