Paisajes de Pepa Domingo

La valenciana Pepa Domingo, licenciada en Bellas Artes y profesora de Enseñanza Media, profesión que ejerció durante muchos años en Galicia, trae a la galería Xerión la muestra “Del morado al amarillo”, en la que ofrece su peculiar visión del paisaje, especialmente el de nuestra tierra y el de Almería, donde reside actualmente; pero –como el título deja entrever– la temática es un pretexto para buscar las armonías cromáticas de determinada longitud de onda de la luz: la más luminosa, que es el amarillo y que se atempera con su complementario el morado. 
Entre estas dos tonalidades, que adquieren el valor simbólico de luz y de sombra, palpitan todas las demás: los delicados azules, con su acordes naranja, o los esmeraldinos verdes acompasados a las innúmeras gamas de los rosados y los rojizos tierra. Todos están modulados por ella con acordada y dulce sonoridad, en múltiples matices, casi siempre de  saturación baja, para que el motivo recogido de la incitación exterior susurre y cante hacia adentro, transformando los rincones que la inspiraron en paisajes íntimos, en gozosa delectación anímica. 
Pues eso es el arte, si es verdadero, jamás es copia o burdo realismo, sino emoción que nace de los hontanares del alma y que en Pepa Domingo encuentra entrañables acentos, a través de su maestría con este cromatismo de suaves acentos, pero también por medio de la sencillez de las formas, un tanto geometrizadas, en la línea que dejó abierta Cezanne. Así, los pueblecitos o aldeas que reproduce, como Camelle, Arou, Santa Eufemia, Filabres, La Herrería  Chercos Viejo, o Villalón y Santa Eufemia de El Caurel, entre otros, tienen en común la de mostrar el sitio como un  recogido centro de arracimadas casitas blancas, en torno al cual se abren campos, huertas, caminos, horizontes y lejanías de cielo y de montaña; todo reposa ahí en quietud de gozoso silencio o rodeado, como dijo Felipe Senén, de “inocencia inicial de ángel, esencia de agua pura”. 
Son hábitats para la paz y la contemplación, para sentir como los días se deslizan en comunión con la naturaleza y toda sombra de mal ha sido desterrada. Otras veces nos lleva  a los emboscados remansos de Chelo, con sus umbrías y aguas quietas, donde aún se siente el ancestral latir de los espíritus de la naturaleza. Hace homenaje también a la romería de los Caneiros; ya de día, con sus barcas engalanadas para surcar las viejas aguas del río Mandeo; ya de noche, cuando la fiesta se remansa entre moradas sombras y el cielo parece una página rayada por racimos de cohetes. 
Los puertos de Sada y de Camelle, la costa de La Herrería, en Almería, la playa de San Lorenzo de Gijón, son otros tantos motivos poéticamente tratados. Y no faltan los guiños al Oriente, con la noche de Estambul erigiendo al plúmbeo cielo las puntiagudas cúpulas de los iluminados alminares. El castillo de Edimburgo y el de San Antón, pintados de un modo similar en tonos morado-rojizos, contra un cielo dorado, son como bastiones de secreto, que unen y cierran las distantes orillas de sus sueños.

 

Paisajes de Pepa Domingo

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