Paisajes de Laureano Vidal

La galería NOV, sita en la coruñesísima calle del Orzán, ofrece una muestra de Laureano Vidal ( A Coruña, 1951), un pintor que se mueve entre dos instancias:. una más racional, más abstracta, casi constructivista, en la que inventa aéreas ciudades; y otra más entrañable, más poética, en la que pasea su hábil pincel por los paisajes de nuestro entorno.
Es esta última la que ahora presenta y, en ella da muestra una vez más de su gran oficio, de su ajustada entonación del color y de su dominio de la mancha que se mueve ágil y libre, sin sujeción a cánones realistas, para crear espacios donde campos, árboles, caminos, mares, rocas, olas... son más un pretexto para cantar que para contar. Vibran así exultantes las formas liberadas de la foto fija, para hablar de fuerzas, de vaivenes, de energías luminosas o para pasearse por los bucólicos y sutiles ámbitos de una naturaleza reinventada, de una naturaleza que es pretexto para hacer buena pintura .
Claro que se le puede poner nombre a ciertos lugares, como Ponte do Porco, el Burgo o el monte Teleno de León; o que nos devuelve la coruñesa plaza de San Andrés, en una hermosa acuarela; o que podemos reconocer marismas, rompientes, cataratas o faros; pero la mirada queda abierta hacia las sugerencias, hacia ese no sé qué misterioso que palpita tras lo aparente y que sólo la pintura como la música puede hacer aparecer.
Surge entonces ese algo envolvente, desdibujado, que nunca está en la fotografía y que procede de la elección del pintor y de los trazos y matices irrepetibles con que va escribiendo su emoción y que nunca es la misma delante del mismo paisaje. Sobre ello ya se explayó ampliamente Cezanne que tantas veces pintó la montaña Saint Victoire y siempre era otra. Igualmente, las “fervenzas”, los oleajes o los rompeolas de Laureano Vidal son latidos luminosos, explosiones de luz blanquiazul, entre las que emerge la terrosa y negruzca sombra de las rocas y es posible percibir todo el poderío y la variada lucha de dos gigantes enfrentados.
Para poder transmitir eso hay que ser algo más que pintor de oficio, hay que tener alma de poeta. Y alma de poeta demuestra también cuando nos lleva hacia las lejanías, por el blanco camino de un pueblo bordeado de altos árboles de intenso azul lapislázuli; o cuando pinta el “Invierno” en una emboscada aldea de cuento de hadas, en la que vibran, en bien ajustadas manchas, todas las gamas de los colores complementarios, desde los ocres y violáceos, hasta los verdes y tierra rojizos. Ya sabemos que el paisaje es un género que hoy no goza de muchos adeptos, entre los supuestamente “entendidos”, pero, en realidad, la verdadera pintura está más allá de los géneros y se la valora, si se sabe ver, por la capacidad del artista para modular con su bien temperado cromatismo el territorio de lo inefable. Y eso, Laureano Vidal lo hace excelentemente bien.

Paisajes de Laureano Vidal

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