Luisa Valdés, en Galería Parrote

Sobre la piel de los días se van escribiendo nuestras vivencias, al mismo tiempo que van dejando marcas y huellas en nuestro ser. Esta realidad se transforma en hermosa y sugerente metáfora visual en la muestra “Bivalvos vividores” que la coruñesa Luisa Valdés ofrece en la galería Parrote de la Dársena. Sobre delicados fondos de suaves tonos gris perla y azul claro, con sus complementarios marfileños y ocre, que imitan texturas de erosionadas rocas y de rugosas epidermis, va ella dibujando, ya solos o en grupos, con minuciosa delectación, estos moluscos marinos, que sirven de anfitriones para lapas y similares, émulos de tantos huéspedes, deseados o no, que se nos van adhiriendo a lo largo de la vida. La figura casi ovular del mejillón le sirve de configuración simbólica que puede recordar al amnios o embrión humano, pero que, a la vez, predica de los orígenes de la vida. Ahí se unen en fusión cósmica la madre materia y el mar, cuya agua se solidifica en estos invertebrados que, ya trasladados por la artista al lienzo o al papel, devienen testimonios de vida tercamente arraigada, formas celulares del origen. Con un amplio juego de variantes combinatorias, mezclando pintura, dibujo y collage de conchas de mejillón, construye un fascinante documento plástico, en el que se siente vibrar la amorosa y afinada sensibilidad de su signo astral de agua. Capta así, de un modo a la vez profundo y epidérmico, la fuerza generatriz de esa agua materna y proliferante, germen de eterna vida, que configura con sus minerales estos senos de negra y dura concha, los cuales, a la vez, sirven de soporte para los erizados vividores asociados a ellas, cuyas respiradoras bocas y estriados cuerpos llevan la marca de los oleajes y del tiempo. De esta manera, sobre la forma primigenia, de simple y lisa geometría, se van dibujando las irregularidades de lo transitorio, las huellas de lo pasajero, las marcas y anfractuosidades de formas más complejas.. Esos son los “vividores”, las criaturas y experiencias que se adhieren a nosotros, inevitablemente, en las rutas y viajes del existir; ellos son los fardos que arrastramos, a veces adorno, a veces peso muerto, carga inexcusable; pues ese es el precio de este extraordinario don que es la vida. Luisa Valdés ha conseguido expresar, con maravillosa intuición y original resolución plástica, el pathos inherente a la condición humana, por medio de estas criaturas nacidas del limo originario, cuya carne anaranjada nos sirve de alimento. Hay, pues, en esta visión una vuelta a lo primigenio, a lo sustancial, un retorno a la raíz que nos ha sustentado y que podemos leer, a la vez, como homenaje y como elegía. Es también para ella, que se ha movido en los ámbitos de lo gestual, un regreso gozoso al oficio, felizmente resuelto por medio sobre todo del cuidado y meticuloso dibujo, pero también del bien entonado cromatismo que prefiere, como todas las almas líricas, las delicadas entonaciones del tono menor o, en lenguaje plástico, los matices ensoñadores de la baja saturación. 

Luisa Valdés, en Galería Parrote

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