Las ilustraciones de Emilio Urberuaga

La sala de exposiciones Salvador de Madariaga ofrece la muestra “Un paseo por el principio” del ilustrador Emilio Urberuaga (Madrid,1954), donde es posible contemplar , al alimón, las obras originales y los estudios y bocetos preparatorios; con ello da fe de la espontaneidad y la gracia creadora que precede a la reflexión de la obra definitiva, aunque esa gracia  y esa magia suelen ser inherentes a la ilustración de libro infantil. Son treinta años de trabajo ilusionado del que han salido docenas de títulos, de los cuales se exponen, entre otros, “Las cuatro estaciones”, “¿Quién anda ahí?”, “Soy pequeñito” o “Piccolo y Nuvola”. La presencia de lo maravilloso en lo real, la fabulación y la extrañeza, que el niño asume como natural, hallan en el lápiz o en el pincel de Emilio  Urberuaga un intérprete feliz, capaz de convertir en fantástico héroe, émulo de Pulgarcito, a un pequeñín que como él se enfrenta a gigantes, mientras navega mares en un barquichuelo-paraguas; o bien dibuja a “Gilda, la oveja gigante” paseándose inmensa sobre los rascacielos de las ciudades, como una especie de flotante y nubosa aparición; también puede transformar una blanca nube en pájaro-vehículo para otro pájaro que viaja hacia nubes más negras: las de la contaminación, al mismo tiempo que deja caer la clásica moraleja del cuento donde el bien y el mal siempre están enfrentados. 
Aunque, lógicamente, por tratarse de ilustraciones para literatura infantil, su dibujo se adapta a las formas sencillas, a veces casi emblemáticas del comic, como en “Animales parecidos”, donde un hombre bajito y gordo puede recordar el bulto de un hipopótamo o una alta y delgada mujer, vestida de amarillo, a una jirafa, él se confiesa un apasionado admirador de Rothko y, amén  de haber metido algún cuadro suyo dentro de sus ilustraciones, su serie de “Las cuatro estaciones” (editadas por Kalandraka)  ofrece un claro guiño a la composición del plano y a los campos de color característicos de este; no obstante las formas puras: puntos, círculos, rayados repetidos, que quizá también pueden recordar la etapa de las multiformas de Rothko, se convierten en orgiástica y frutal manifestación de la vida, captada en su volátil levedad y con tonalidades simbólicas: la primavera es verde, el verano es amarillo y verde a la vez,  el otoño es una mezcla de dorado y tierra sombra y el invierno se enfría  en blanquecinos gris-azulados. 
Los dibujos que ilustran “En la caja maravillosa” son también toda una alegoría del arte visual o, incluso de la misma creación; sean puntos, espirales o células coloreadas se van combinando para componer universos y permiten fantásticos vuelos por los mundos de la creación. Urberuaga que, humildemente, no se considera un artista, opina, no obstante, que la ilustración debería estar en los museos y que puede ser comparable a las caricaturas de Grosz (que sí figuran en ellos) o a lo que Giotto, Mantegna o Miguel Ángel hacían al ilustrar pasajes bíblicos. Mientras tanto, el sigue trabajando con pasión para que los niños disfruten.

Las ilustraciones de Emilio Urberuaga

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