Frida Kahlo, a tres pinceles

La sala de exposiciones de María Pita ofrece la extraordinaria muestra “Frida Kahlo, a tres pinceles”, perpetrada por tres grandes del arte: Alberto Gironella, (Méjico 1929-1999), Carlota Cuesta  y Jesusa Quirós, en 1983, el mismo año en que el gobierno español le había encargado a Gironella el retrato de Octavio Paz. 

Entonces, como un alumbramiento mágico, la potente fuerza pánica de estos artistas se alió para dar a luz esta obra de exuberancia barroca y singular expresionismo, bajo los auspicios de esa otra maga capaz de transformar el dolor en esplendor, que fue Frida Kahlo. El lado esperpéntico de la obra del rupturista Gironella, expresamente declarado por él (siempre leía a Valle Inclán antes de pintar), aparece dulcificado por la sutil poesía que le aportan las dos pintoras madrileñas, cuyo quehacer siempre ha estado presidido por la presencia de algo ultra-real . 

Así, las once piezas que conforman la exposición entonan, a la vez, una apasionada oda, donde el color canta con exultantes  y cálidas vibraciones, y una elegía de manriqueños acentos, visible sobre todo en las pálidas carnaciones y en la melancolía de la mirada con que adornan a veces el rostro de Frida (o de Sanda, la mujer de Gironella que sirvió de modelo). 

Es en el cuadro LA SANTA MUERTE donde el contraste entre el esplendor floral de la vida y la visión del desengaño y de la vanidad de todo, en la línea del Barroco a lo Valdés Leal ( que tanto inspiró al mejicano), alcanza su mayor tensión. Todo es esplendor y exuberancia frutal en el cuadro de Quirós y Gironella  “El abanico de Frida”, que la muestra joven y hermosa, contra un fondo de  frutos verdes, entre flotantes ramitas y volutas doradas. En cambio, en la obra “Casa de Diego”, aparece sentada junto a la antigua fuente de la Puerta del Sol, cuyas aguas plateadas y el espléndido vestido estampado en rojos que la envuelve contrastan con la tristeza meditativa que emana de su palidísimo rostro y con la sensación de encierro y de dureza que transmiten los cúbicos muros del fondo. 

Trascendida en mito o en símbolo de metanoia o redención, por medio del poder transformador del arte, Frida ofrece su flamígero corazón en el espléndido desnudo que la convierte en venusina y atemporal diosa, tendida junto al balcón abierto hacia un fondo de tejados y chimeneas de la Puerta del Sol; lo que late en ese corazón es el encendido carmín del alma ardientemente  hispana de tres creadores rupturistas, que se han encontrado –y no por azar– para establecer el contrapunto Méjico-Madrid; el cual entroniza, en. “Versión memorable” (como reza la obra de tal título, debida a Carlota), al eterno femenino, bajo la efigie de una Frida-Maja-Manola. 

El perfil de las negras chimeneas de Madrid, una de las cuales se ha traído Carlota de su propia casa, a la muestra, hablan de ese algo intangible que huye diariamente de la vida, como quevedesco humo de sueños o como prefiguración del tiempo y de la muerte: tema central de la obra de Gironella y de los genios hispanos que la alentaron y que toma aquí la forma de F. Kahlo.

Frida Kahlo, a tres pinceles

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