Palabra de Rey

es injusto acusar a Felipe VI de quedarse en lo genérico sin denunciar a los presuntos responsables del grave momento político que tiene al país semiparalizado y pendiente de una gobernabilidad cuyas claves están en manos de grupos desafectos a la Constitución y, con especial inquina, a la forma monárquica del Estado.
El Rey no es dueño de sus opiniones. Carece de responsabilidad política. Sus actos han de ser refrendados “por el presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministerios competentes” (artículo 64 de la Constitución). Así que, además de solidarizarse con los damnificados por las recientes inundaciones y las familias que más han sufrido las consecuencias de la última crisis económica, el imperativo legal le obliga a moverse en un marco discursivo compatible con el de Moncloa, aunque el Gobierno esté en funciones, como es el caso.
Por tanto, el Rey no puede ir más allá de lo que fue en su mensaje navideño. Primero, una genérica defensa del orden constitucional amenazado. Segundo, apelaciones a la autoestima de los españoles y la fortaleza del Estado en tiempos de incertidumbre. Y tercero, señalamiento de los problemas que, hoy por hoy, envenenan la vida política nacional y perturban la convivencia. A saber: desigualdad, conflicto de Cataluña y desconfianza en las instituciones.
La mención del conflicto catalán, como motivo de “seria preocupación” para los españoles fue una simple referencia descriptiva a nuestro primer problema de convivencia. Pero ha desatado un nuevo episodio de ira entre los independentistas. Al presidente de la Generalitat, Quim Torra, le ha faltado tiempo para infantilizar su reacción: “El problema es del Estado español con Europa”. Y al portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, que es figura central en la gestión de la gobernabilidad, no se le ha ocurrido otra simpleza mayor que hablar del mensaje navideño del Rey como “un mitin de Vox”.
El lanzallamas de Torra pretende alcanzar a Felipe VI por haberse alzado en su día sobre las hogueras del terrorismo callejero nombrando los males de la Cataluña confiscada por el independentismo: violencia, intolerancia y desprecio a las libertades ajenas. Eso les duele, porque ven la fuerza del Estado en la palabra de su máximo representante.
Cuando los seguidores de Torra y Rufián queman la foto del Rey expresan su aversión al Estado, no a su forma monárquica. Los agitadores de la calle expropiada no van de ira republicana contra los borbones sino de calculada ofensiva contra la máxima representación del orden constitucional que quieren destruir. Del mismo modo, Felipe VI personaliza el derecho a la legítima defensa del Estado. Y en su mensaje de la Nochebuena lo ejerció hasta donde se lo permiten los imperativos legales.

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