Maldita interinidad

 la espera de la cita negociadora PSOE-Podemos de este jueves, no parece demasiado generosa la oferta de Sánchez (seguimiento pactado del programa y algún puesto en instituciones sin obediencia debida al Ejecutivo) destinada a ganarse a los morados para la causa de la gobernabilidad, que es condición necesaria de la estabilidad del país.
Estabilidad, divino tesoro en una España expuesta a los efectos del Brexit (desenlace incierto donde los haya), el desafío vivo del independentismo catalán (pendientes de la sentencia del “judici”), los nubarrones de la economía mundial (guerra comercial entre colosos) y los daños colaterales de una larga e insoportable interinidad en los poderes del Estado.
Que las 370 medidas fueran presentadas entre aplausos de los propios seguidores, no en la discreción de una mesa negociadora, resta credibilidad al declarado interés de Moncloa por evitar las elecciones y ponerse a gobernar en función de la matemática alumbrada por las urnas del 28 de abril.
Más bien los guionistas de Sánchez alimentan la sospecha de que persisten en su estrategia de ir a las elecciones por culpa de otros. Queríamos gobernabilidad, pero la falta de ayuda de terceros y nuestra mal pagada generosidad lo hicieron imposible. Ese será el salmo de la campaña si, como me temo, volvemos a las urnas, aunque me gustaría equivocarme.
Se ha revelado poco realista la pretensión de gobernar en solitario, con el desinteresado apoyo exterior de Podemos y la “altura de miras” de los llamados partidos constitucionales. Sánchez la ha forzado. Ha prolongado la interinidad aun sabiendo de sobra que ni él estaba dispuesto a ser el salvavidas de Iglesias ni Rivera a asumir que Ciudadanos ejerciera de partido-escolta.
Lo sabe ahora y lo sabía un minuto después de la investidura fallida del 25 de julio. Incluso antes, pero se suponía que tomaría decisiones creíbles y compatibles con su teórica valoración de la gobernabilidad como prioridad de prioridades. Pero nada de eso ocurrió. Lo ocurrido más se parece a una forma de alargar el hilo de la cometa, marear la perdiz o hacer centrocampismo sin tirar a gol. Elijan ustedes la metáfora.
Ahora la ecuación de la gobernabilidad se simplifica. O Iglesias acepta la mínima expresión de poder real que le ofrece Sánchez (CNMV, CIS, Defensor del Pueblo), más la capacidad de controlar la aplicación del programa común, o vamos a las elecciones.Pero el elefante que nadie quiere ver seguirá en el salón. Aunque algunos quieran convertirlo en inofensiva mascota, el elefante es el descrédito de la clase política, incapaz de calmar el hambre atrasada de certidumbres que tienen los españoles desde diciembre de 2015.  

Maldita interinidad

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