Las uvas de la ira

El título no hace referencia al famoso relato de Steinbeck, sino a las uvas de la Nochevieja venidera. Cierre del año que volvió a traer la crispación a la política nacional. Aires guerracivilistas en el lenguaje de la llamada “política de bloques”. Se despereza el viejo fantasma de las dos Españas. Por culpa de los dos grandes. Los que sostienen el sistema. Sus dos pilares centrales, derecho e izquierdo. Aquí y ahora, el PSOE, que manda coaligado con un partido-escolta (UP), y el PP, que aspira a mandar, ya veríamos si solo o acompañado de otro partido escolta.

Hasta el conspicuo diario El País dedicó una reciente edición, casi en su totalidad, a lamentar el retorno a la guerrea de trincheras políticas y mediáticas. Y que la relación entre el Gobierno y el PP sea inexistente justo cuando se hace más necesaria que nunca a causa de la pandemia, mientras el debate parlamentario deviene cada vez más banalizado y bronco que nunca.

PSOE y PP son culpables, pero uno más que otro. La carga de la prueba ha de proyectarse sobre el que tiene la sartén por el mango y el mango también. El que está en el poder. Al jugar con blancas se obliga a tomar la iniciativa en la búsqueda de complicidades con el principal partido de la oposición en asuntos de Estado. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no ejerce esa función por un cálculo previo. Piensa que el acercamiento no favorece sus intereses o los de su partido. En vez de acercarse marca distancias con carácter general.

Cuando mayor sea esa distancia y más hondo el foso separador, mejor para la facturación electoral del PSOE. Esa es la ecuación táctica de Moncloa. En consecuencia, Sánchez hace lo posible por echar al PP en brazos de Vox. Que ambos se confundan en la derecha extrema del arco parlamentario. Eso explica los portazos a Pablo Casado y el nulo interés en acusar recibo de los reiterados intentos de aproximación de este. Si Sánchez los atendiera, dicen en su estado mayor, estaría regalando al PP una vitola centrista en un territorio electoral disputado por ambos.

Sánchez necesita pregonar un romance que en realidad no existe, como ya dejó claro Pablo Casado en sede parlamentaria. Pero se hartará de seguir empujando al PP hacia Vox. Por la misma razón, la disputa por el centro, el PP seguirá empujando al PSOE hacia la zona ocupada por los ruidosos defensores de la España “republicana” y “plurinacional” (Iglesias, Rufián, Otegi) mientras pregona la resistencia de Sánchez al diálogo entre los dos principales partidos.

La resultante de todo lo anterior es la crispación de la vida política, que está cursando en un irrespirable ambiente de guerracivilismo verbal, con demoledores efectos reputacionales en la imagen de la España democrática. 

Las uvas de la ira

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