El grito de Guerra

El grito de Alfonso Guerra es un aldabonazo en la arquitectura moral de la izquierda. Hace unos días, en la Fundación Cajasol de Sevilla, remató una charla denunciando la “España de la infamia”. La que se moviliza a favor de quienes apalean a guardias civiles de paisano en Navarra y de quienes humillan a sus hijos en Cataluña. La que grita “Gora Euskadi” o “Visca Catalunya”, pero llama facha a quien grita “Viva España”.
Estamos ante el lúcido desahogo de un socialista cabal. Debería ser de difusión obligatoria. Especialmente en las agrupaciones del PSOE. Un llamamiento dirigido a esa progresía que todavía asocia los símbolos nacionales al uso sectario que se hizo de ellos durante el franquismo. Una indebida utilización que también es achacable a la extrema derecha subscrita a la Alianza Popular de Fraga, luego blanqueada como PP por Aznar.
Todo eso es verdad. Pero hubo un punto de inflexión, a partir del cual empezó a decaer de hecho la perversa identificación de los símbolos con el viejo franquismo. El gol de Iniesta en el Mundial de 2010, que democratizó el “yo soy español, español, español” por encima de alineamientos políticos.
Esos recelos derivados de la sectaria confiscación de la bandera y el himno por el franquismo añorante, se perdieron en la polvareda del tiempo. Ya no hay ninguna razón para que la izquierda no se reconozca en unos símbolos que son de todos. Excepto de quienes los rechazan por razones identitarias mientras tratan de imponer los suyos de una forma excluyente.
Que la denuncia la formule públicamente un exvicepresidente del Gobierno y exvicesecretario general del PSOE, es significativo, pues no se trata de jacobino irrecuperable. Baste recordar su posición como co-legislador del título VIII de nuestra Carta Magna. Entonces habló de “España como nación de naciones, como conjunto de nacionalidades y regiones organizadas jurídicamwente en un Estado de Autonomías constitucionalmente garantizadas”.
Ni Alfonso Guerra ni el PSOE pueden asociarse a posiciones de demagógico patrioterismo español. Que aquel hablase entonces de “nación de naciones” suponía un generoso reconocimiento de la diversidad en una construcción común. Del mismo modo que en el periodo constituyente de 1931, con Julián Besteiro en la presidencia de las Cortes, el PSOE inspiró una Constitución de profundo respeto a todas las opciones. Sin embargo, en los dos casos, el nacionalismo catalán protagonizó sendos episodios de deslealtad con el espíritu y la letra de las dos Constituciones. Con la del 31 (intento secesionista de Companys) y con la del 18 (intento secesionista de Puigdemont).
Siendo más grave el segundo de los casos, una respetada figura del socialismo se ha visto obligado a reivindicar el patriotismo de la igualdad y la solidaridad por encima del patriotismo identitario que, inexplicablemente, ha seducido a una parte de la izquierda.

El grito de Guerra

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