Del tedio al espanto

Entre el tedio y el espanto (se desploma el índice de confianza en la política), los españoles estamos a punto de entrar en el quinto año tonto de nuestra reciente historia democrática. Y puede no ser el último de la serie iniciada el 20-D de 2015, fecha electoral que alumbró la fragmentación del escenario.

De nuevo a las urnas. Cuarta vez en cuatro años, por incapacidad de la clase política de cumplir el primer mandato de los votantes, que es la formación de un Gobierno y el normal funcionamiento de las instituciones democráticas. Instituciones que, como le oigo decir a Ortúzar (quién lo iba a decir, un nacionalista defendiendo el armazón del Estado), “no son muros insalvables sino vigas maestras del sistema”.

Lo malo es que el escenario puede repetirse con resultados parecidos, mismos actores y, previsiblemente, mismas actitudes. Nunca se sabe. En una realidad tan líquida como la actual, la democracia de último minuto y la desigual movilización en cada uno de los dos bloques imperantes, el 10-N se me antoja una caja de sorpresas.

La sesión de este miércoles, la última dedicada al control parlamentario al Gobierno en funciones en esta agonizante Legislatura, marcó el principio de la campaña electoral, pero ya sin caretas. Vimos cómo el cruce de reproches sobre los culpables del bloqueo, reconocido por el rey el día anterior, va a ser la tónica de la venidera lucha por los votos.

Será una competición a la busca del centro perdido en el caso de quienes renunciaron a moverse en las zonas templadas del electorado (PP y Cs, básicamente). Quien mejor lo entendió en este tiempo fue el PSOE y ahora espera recoger los beneficios, aunque siempre existirá el riesgo de que las urnas se lleven por delante a Sánchez si sus cálculos fallan. Depende en gran parte del tamaño de la franja poblacional que le hace culpable de haber prolongado la maldita interinidad. Y también depende de que la abstención, como castigo del electorado a la clase política, venga más de la derecha que de la izquierda, o al revés.

Cada partido se las arreglará como crea conveniente para culpar a otros, pero nadie puede refutar los dictados del sentido común. Los que apuntan al ganador de las elecciones del 28 de abril. Por esperar un acuerdo en base a concesiones incondicionales del otro sin ceder nada sustancial a cambio. Sánchez quiso hacer una opa hostil a Podemos y Podemos, lógicamente, no se dejó, a pesar de que en sus sucesivos ritos de apareamiento a Iglesias solo le faltó bailar un aurresku ante la Moncloa.

La pedrada de la “arrogancia” cambia de destinatario solo tres años después de aquel Iglesias que trataba a Sánchez como un subalterno y al PSOE como un partido manchado de “cal viva”.

Del tedio al espanto

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