Arde la calle

Tanto los nacionalistas catalanes como los dirigentes de Unidas Podemos, con el vicepresidente Iglesias Turrión llevando la voz cantante, han señalado al activismo de la extrema derecha como el camuflado agitador de los disturbios en una docena de ciudades españolas. Y lo han formulado con la misma convicción mostrada por el líder de Vox, Santiago Abascal, para señalar al activismo de la extrema izquierda como el verdadero inspirador de los desórdenes.

Es la última forma de hacer el ridículo por parte de la clase política. Y no excluyo al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez que, junto a otros líderes del espectro político nacional, reducen su valoración de los disturbios a una condena recurrente de los mismos y a una no menos tópica solidaridad con las fuerzas del orden atacadas por los alborotadores. Hombre, solo faltaba que la policía no contase con el apoyo de las autoridades y de cualquier persona razonable.

Creo que el asunto es de mayor calado. Nos remite al creciente malestar de una ciudadanía confusa y desorientada por tantos anuncios fallidos y compromisos incumplidos en la guerra contra la pandemia. Leo a Sabina Urraca en El País: “La promesa de las mejoras sanitarias, la contratación de personal, más camas, más rastreos, ya nos suena a utopía”.

Mientras arde la calle se multiplican los relatos de la España del hartazgo, que compite con Rumanía, Chequia y Bulgaria en mortalidad relativa por coronavirus. Esa España donde, la franja social que rompe escaparates, saquea tiendas, quema los contenedores de basura, revienta cajeros y arroja adoquines a la policía, coincide con la que sufre un 44% de paro.

De esa enfermedad de fondo son los síntomas del vandalismo callejero que, a mi juicio, no va a detenerse aquí. La paciencia tiene fecha de caducidad. 

La velocidad de acercamiento estará en razón directamente proporcional al crecimiento de la desconfianza respecto a las decisiones de las autoridades. 

Si los ciudadanos entienden que estas no hacen bien sus deberes, vamos a ver cómo se multiplican los fenómenos de rebeldía social, desobediencia y ruptura de la manada.  

Arde la calle

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