El perplejo pepiño, los trepas y la realidad

epiño como algunos fue un poco bala en su juventud, siempre dentro de un orden que imponía estar en una familia con principios y una sociedad equilibrada.
Su etapa formativa tuvo sus más y sus menos, sin barbaridades, con dosis de ironía y cierta ética. Aun así, como no era tonto, encontró un hueco entre sus andanzas para ir tirando con la carrera. Lo justo para ir superando obstáculos.
El cambio al mundo productivo fue un vuelco radical, quizás por el ejemplo familiar, por su conciencia. Quizás por la influencia de vivir en una ciudad racionalista con calles tan rectas como el comportamiento ciudadano en general de aquella época, sensiblemente distinta a la actual. 
Se empeñó en buscar la excelencia en su trabajo y en consecuencia con esfuerzo y superándose día a día llegó a posiciones de responsabilidad. Estudió y lo que nunca creyó en sus años mozos, continuó estudiando toda su vida.
Aprendió liderazgo; ver los problemas de cara, admitir errores propios y ajenos, saber escuchar, respetar y comunicarse con todos, valorar aciertos, publicitarlos y gestionar errores en privado; en definitiva motivación.
El esfuerzo de estudiar, le amplió conocimientos pero también lo afianzó en qué su comportamiento era el correcto, quizás por lo asimilado en su etapa familiar, básica en la formación de todo individuo.
Pepiño no tenía inconveniente en compartir sus ideas y opiniones, basadas en muchas horas de reflexión y en la experiencia que iba acumulando; también se iba acostumbrando a que soluciones aportadas vieran la luz en informes ajenos. Por supuesto sus errores no tenían otro nombre que el suyo, incluyendo apellidos.
La sinceridad a pesar de conducirse con empatía, pro actividad y asertividad, no era siempre bien comprendida y en algunos casos levantaba ampollas y rencores.
En poco tiempo sabía si un personaje había llegado a la cumbre por conocimientos, esfuerzo y trabajo, es decir por méritos propios y profesionalidad o simplemente adulando al de arriba en el momento oportuno. Redacción de correos electrónicos, planteamiento de reuniones y estrategias, exposiciones en Power Point, política de clientes, política de recursos humanos, eran suficientes para ver el nivel.
Estos “escaladores profesionales” con éxito a base del lisonjeo tenían además el problema añadido de falta de confianza en sí mismos, miedo a perder su puesto de trabajo y en consecuencia miedo a sus compañeros o subordinados válidos. Las descalificaciones a los demás eran arma cotidiana.
Pragmáticamente, calló y cayó, una y otra vez, pero siempre supo levantarse y aprender de los errores. Las caídas son más duras en una sociedad en crisis y en edad madura, que esa misma sociedad, inflada de efebocracia, desprecia a pesar de que en algunos casos, no en todos, esa edad da profesionalidad y saber hacer.
Sorteando crisis, llego la más dura y vio la realidad de los que, en algunos casos, se quedaban en las empresas. Escasa formación, generalmente reducida a lo visto en sus años de universidad, sin principios, sin dignidad, buscando culpables en vez de soluciones y eludiendo responsabilidades desviándolas a sus subordinados; pero con una gran facilidad para contarle al de arriba lo que quiere escuchar. 
Emprender nuevos desafíos en etapas duras, con el consiguiente esfuerzo, que ya pocos estaban dispuestos a seguir, empezó a ser norma y costumbre, eso sí cada vez con menos frutos y recompensas. Las nuevas oportunidades eran en general envenenadas, disfrazadas de favores de supuestos amigos para levantar verdaderas ruinas que ellos mismos habían logrado. 
Pepiño llegó a preguntarse por su valía, a poner en duda toda su existencia, pero finalmente la experiencia -de algo tenía que valer- lo llevó a la conclusión de que se vive en un mundo global donde el esfuerzo individual, aunque intente hacerse colectivo, no es suficiente cuando las circunstancias no juegan a favor.
Pepiño dudó en algún momento si no se habría equivocado en su trayectoria pero su conciencia siempre le impidió otro comportamiento. Aprendió la gran diferencia que significa estar solo a sentirse solo, a entender el mensaje y acudir a la llamada del amigo. 
A Pepiño le costó toda una vida encontrarse a sí mismo, pero finalmente logró el equilibrio que todos necesitamos para vivir y dejar vivir dignamente. Esto es lo que le permite seguir adelante entre los profundos temporales que acechan en las largas singladuras y travesías de la vida 

El perplejo pepiño, los trepas y la realidad

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