Maduras reflexiones (I)

En la plaza de Amboage, banco de costumbre, distinguí al maduro Capitán Américo   –ya bien entrado en sus noventa, como alguna vez comenté– hablaba con una   adolescente, que lo escuchaba con atención, sin el móvil en la mano, nada fácil hoy en día; al reconocerme fui presentado a María e invitado a la conversación.
—La vida es como la mar –decía el viejo marino– a lo largo de tu existencia te dará satisfacciones, venturas, desventuras y grandes disgustos; te sorprenderá siempre. 
Cuando eres joven querrás ser mayor porque piensas que somos felices, libres, independientes y tenemos un trabajo digno.  Cuando ya lo eres, la realidad te sorprende y echas de menos la juventud.
El mayor esfuerzo que pueden hacer por ti tu familia y “cercanos” es facilitarte la mejor formación racional e independiente, además de orientarte a la lectura, lo qué te hará libre.  Contarte sus vivencias, abrirte los ojos, ante los muchos temporales   que vas a capear. Así tendrás la gran ventaja de poder decidir con el mayor conocimiento posible; al principio con una buena experiencia transmitida, después, con la tuya propia. –Insistía el experto sobreviviente.
—¿Pero entonces que voy a hacer? -preguntaba la adolescente, con verdadera curiosidad.
—Eso dependerá de ti –respondía el mayor–.  Todos podemos aportarte nuestras ideas, para a la hora de elegir tener el abanico lo más abierto posible, pero las decisiones son personales; “tienen que ser personales” “son solo tuyas”.
—Ya pero ahora no hay trabajo en casi nada, –replicaba la adolescente.
—Siempre hubo dificultades en un país como este y hemos salido adelante. En las bonanzas económicas teníamos el doble de desempleo que nuestro entorno, ahora ya ves, por ejemplo, el juvenil es del 32% frente al 15 de la Zona Euro. No te preocupe el presente cambia la preocupación por la ocupación, no dejes de buscar, trazar tus planes y luchar. El mayor escudo del ser humano es su formación y el esfuerzo que ahora algunos se empeñan en desdeñar.
—Hablas como si estuviéramos en guerra. –Decía María.
—Es que realmente la vida lo es continuamente; dependiendo del tiempo, el lugar y las circunstancias nos enfrentaremos a guerras, ahora diferentes y más sofisticadas.
Las hay clásicas, recuerda el despotismo de Stalin que afectó a más de 40 millones de rusos o la sangrienta que provoco un traumatizado, xenófobo y populista como Hitler.
Hoy, además, hay otras guerras. Que en un país exista hambruna no deja de ser un tipo de guerra, que miles de emigrantes mueran en su intento de lograr una vida digna es otro tipo más.
Que unas minorías, rompiendo las normas democráticas, traten de imponerse a unas mayorías o que el país envejezca, como ahora nos ocurre a nosotros no deja de ser otra forma de confrontación, que impide el progreso del conjunto.
—Esto último no lo acabo de ver. –Insistió la preocupada María.
—En un parlamento regional –recordó el maduro interlocutor– una diputada alude a los descalificativos xenófobos que el presidente de la comunidad ha vertido sobre el resto de ciudadanos que no piensan como él o que simplemente no hablan en la lengua que trata de imponer. Inmediata y reiteradamente es llamada al orden por el responsable de la Cámara y da la sensación de que la qué difama es la propia interviniente, que se limita a recordar los desagravios, que hasta están por escrito.
Pocos días después en el Congreso de los Diputados otra miembro del mismo, descalifica a la Corona, la Constitución de todos y las Leyes, sin ninguna replica por parte de la responsable de la Institución. Esto es otro tipo de guerra.  
Nuestra política es un cumulo de despropósitos con un considerable porcentaje de elementos que jamás piensan en el bien del conjunto de los ciudadanos –máxima fundamental que deberíamos tener para entrar en ese mundo– centrándose exclusivamente en los intereses de “su barrio”. Esta egoísta posición alimenta, entre otras desigualdades, el desempleo. Parece inocente pero no lo es. 
El paro produce angustia e incertidumbre, el ciudadano se retrae a la hora de invertir y adquirir bienes por lo que la economía se resiente y consecuentemente los puestos de trabajo; esto provoca que las nuevas familias decidan no tener hijos, y afecta al envejecimiento de la sociedad. El continuo desasosiego es carne de cañón para el populismo que los oligarcas alimentan y se encargan de meternos en el cerebro para poder manipularnos y continuar hacia el camino de “la esclavitud moderna”. Otra forma de guerra oculta.

Maduras reflexiones (I)

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