Pascual Cervera

Hace poco tuve una comida con un grupo de historiadores que quieren hacer una revisión crítica del celebérrimo combate naval que tuvo lugar el 3 de julio de 1898 en Santiago de Cuba. 
Debo reconocer que, hace algunos años, ponía en cuestión las decisiones que tomó Cervera en aquella triste y trágica jornada. Como buen “estratega del café”, pensaba que se podía haber evitado aquella “ratonera”, y que puestos a salir por imperativo del  mando, lo hubiera hecho por la noche y con los buques más rápidos en vanguardia.

Pero tras la elaboración de mi libro “La Armada Española en Filipinas  (1770-1900)”, me di cuenta de que en realidad, casi debía exonerarlo de toda responsabilidad en aquella derrota.

Y es que, mientras los norteamericanos llevaban desde (al menos) 1894 estudiando la estrategia a seguir ante un hipotético conflicto armado con España, sería Cervera, en su condición de  comandante general de la Escuadra, el que, ante la inminencia de la ruptura de hostilidades, quiso conocer el plan a seguir, por lo que. el día 12 de febrero de 1898 dirigió a su ministro una comunicación oficial en la que se expresaba en los siguientes términos:

“[...] Como no ceso de pensar en la posible guerra con los EE.UU. creo que sería muy conveniente que se me dieran los informes posibles sobre lo siguiente: 1º Cómo están distribuidos los buques de EE.UU. y movimientos que hagan. 2º Dónde tienen sus puertos de aprovisionamiento. 3º. Las cartas, planos y derroteros de lo que pueda ser teatro de operaciones. 4º Qué objetivo han de tener las operaciones de esta Escuadra, ya sea en defensa de la Península y Baleares, ya de las Canarias o la de Cuba, o por el fin, el caso improbable de que fueran las costas de los EE.UU. cosa que no podría ser menos de tener algún aliado poderoso. 5º Planes que el Gobierno tenga, en cada caso, para la campaña. Puntos donde la escuadra puede encontrar recursos [...]”

Segismundo Bermejo, titular de la cartera en aquellos momentos, no pudo satisfacer ninguna de las inquietudes de su subordinado, porque nada se había hecho hasta la fecha. Lo único que pudo hacer tras leer la misiva, fue dar las instrucciones oportunas para que se recopilara, a toda prisa, la información necesaria que permitiera elaborarlo.

Si estudiamos los servicios prestados a la Armada por D. Pascual, podríamos decir que su carrera profesional hasta ese momento había sido intachable. A modo de breves pinceladas, podemos decir que de distinguió como valeroso soldado en el asalto de la Cotta de Pagalugán siendo alférez de navío en 1861; como erudito en los numerosos escritos que sobre la Marina redactó; y como pesquisidor técnico al supervisar  con exquisito celo la construcción de nuestro primer acorazado en Francia, el “Pelayo”.

El caso es que ha tenido entre los historiadores igual número de defensores como de detractores, pero en mi modesta opinión, en aquel infame día, al estar convencido de la derrota, su única preocupación fue intentar que perecieran el menor número posible de sus hombres. 

Humanitario, y no “facha”, como le calificó Ada Colau cuando le quitó su nombre a una avenida de Barcelona, es el título creemos más justo que podemos otorgar a Cervera en aquella ocasión.

Pascual Cervera

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