ADIÓS, SISIÑO

El pasado 26 de octubre el contralmirante José Ignacio González-Aller Hierro emprendió su última singladura, dejando a la Armada huérfana de un marino “de raza” y de un historiador excepcional.
No voy a caer en el fácil panegírico (disculpable, por otra parte) que una persona de estas características puede provocar al evocarse su memoria; pues durante estos días se le ha llegado a comparar con el mismísimo Cesáreo Fernández Duro, y esto, para mí, es un poco exagerado, reconociendo que, sin duda, en lo que a trabajos históricos se refiere, ha estado cerca de estar a la altura de tan ilustre historiador decimonónico de la Armada.
Hagamos pues un análisis aséptico, y necesariamente muy breve, de las más notables contribuciones que ha realizado a la cultura naval. Como escritor merecen destacarse, aparte de sus dos monumentales obras “La Batalla del Mar Océano” y “Campaña de Trafalgar”; el “Catálogo-Guía del Museo Naval de Madrid”.
Precisamente, siendo director de esta institución, puso gran hincapié en incrementar sus colecciones, así como de dotar a los archivos de nuestra Marina de los medios adecuados para facilitar la labor de investigación.
Cabe reseñarse las gestiones que hizo por conseguir que una importante parte de los restos recuperados del galeón “San Diego” (descubierto el 21 de abril de 1991 a 52 metros de profundidad en las inmediaciones de la isla Fortuna en Filipinas) quedaran en el Museo Naval de Madrid gracias al convenio de colaboración que el 12 de abril de 1999 firmaron los por aquel entonces ministro de Defensa, Eduardo Serra, y el presidente regional de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón.
Recordar aquí que la fundación Caja de Madrid y el Gobierno autonómico madrileño invirtieron 5,8 millones de dólares para comprar la parte que el arqueólogo submarino Franck Goddiole correspondió por descubrir el pecio del buque a través de la mercantil “World Wide First Inc”.
También fue promotor de la restauración de un edificio tan emblemático para nosotros como el “Panteón de Marinos Ilustres”. Después de semejante currículum, sólo nos queda decir: “BZ, almirante, descanse en paz”.

 

ADIÓS, SISIÑO

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