Vivir con el miedo

Vivimos con miedo, con angustia, en medio de una zozobra tanto interna como externa. Si el final del año terminó con un atentado en Bagdag, el comienzo no fue menos en Estambul. Semanas atrás fue en Berlín. Puede ser en cualquier lugar, en cualquier momento. El terrorismo del islamismo más radical nos golpea, pero no lo hace ni con la fuerza ni la brutalidad con que lo lleva a cabo en países musulmanes. Las muertes allí apenas son noticia de unos segundos. Un abre telediario. Las muertes aquí nos conmocionan, nos rompen. Indiferencia ante lo lejano, no solo física sino también cultural, social y económicamente. Todo cambia cuando vemos nuestras sociedades ser cada vez más vigilantes, más armadas, más preventivas frente al terror. No sabemos si sirve o no, pero nos da un mínimo de tranquilidad aun siendo conscientes que, en cualquier esquina el lobo ahuyento de hambre y sed de sangre, está dispuesto a matar. Hambre de muerte y violencia, de sembrar el terror.
La irracionalidad del terror no tiene límite ni mesura. Las religiones no matan. Tampoco el Islam. Matan los hombres en nombre de ellas, de una falsa interpretación. El Islam es tolerancia, es paz. Sociedades desgarradas y fracturadas por el autoritarismo, la corrupción, las diferencias sociales, la miseria, la ignorancia, el caldo de cultivo donde los que nada tienen, esperan y desesperan. Una edad de piedra donde la brutalidad es el santo y seña.
El miedo y el rechazo al Islam es un grave error. Pero es lo fácil, lo cómodo, la demagogia que necesitan al final los demagogos de la política. O los que se aprovechan de todo en nombre de la misma. Por qué el mundo árabe y musulmán sufre el desgarro de tanta violencia, caos, desorden, injusticia, desigualdades? ¿Por qué la paz es un inalcanzable frente al atropello constante de derechos y libertades como se produce en prácticamente todos y cada uno de los países? No queremos ver y homologamos autocracias y monarquías despóticas cual si fueran gobiernos legítimos simplemente por los intereses de las potencias occidentales y también una asiática. Poco o nada nos importa lo que sucede puertas adentro de estos países que sufren represión, persecución y negación de sus derechos y libertades personas que ni siquiera tienen la consideración de ciudadanos. El cinismo y la hipocresía es tan barata como falso el compungimiento cuando las imágenes desnudas de asesinatos y atrocidades aparentan conmovernos.
Pueblos y sociedades que fueron colonizados hasta bien adentrado el siglo veinte. Sociedades fracturadas, etnizadas y arbitrariamente sojuzgadas bajo estados artificiales y concedidos autocráticamente a familias o dictadorzuelos que gozaron del beneficio y la complicidad de las superpotencias en la guerra fría y ahora de los intereses económicos y la venta de armas. Esa es la única realidad, pero que acaba generando violencia, muerte, terrorismo, nacionalismo impenitente y radicalización religiosa.
Europa cobra indirectamente un precio, vivir y saber vivir con el miedo. Con la angustia, con la certeza de que están ahí esperando arrodillarnos, golpearnos, asesinarnos. No vale la pena preguntarse siquiera ¿por qué? Lo sabemos bien. Tampoco repetir que desprecian nuestra democracia, nuestros derechos y libertades. Es el odio, la única justificación de una visceralidad irracionalidad, de una impotencia de vida y creencia que es envuelta en sangre inocente derramada.

Vivir con el miedo

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