La vida está llena de momentos de alegría y tristeza, y a veces, se nos presenta con desafíos que parecen insuperables. Como periodista, he tenido el privilegio de contar historias que abordan una amplia gama de experiencias humanas, pero hoy quiero compartir una historia muy personal y dolorosa conocida ya para muchos: la pérdida de mi hijo Miguel en el octavo mes de gestación. A través de mi experiencia, desgraciadamente he llegado a comprender la importancia de inscribir a los bebés nacidos muertos en el Registro Civil, un tema que hoy es noticia y que merece una reflexión profunda y una acción decidida.
El dolor de perder a un hijo es indescriptible. Es una experiencia que desafía todos los aspectos de nuestra existencia y nos sumerge en un mar de emociones abrumadoras. Cuando enfrenté la pérdida de mi bebé, me di cuenta de que no solo estaba lidiando con mi propio duelo, sino también con la lucha por el reconocimiento legal y social de su existencia. Fue entonces cuando me di cuenta de la importancia de que los bebés nacidos muertos sean inscritos en el Registro Civil. También en los libros de familia, esa es la próxima batalla.
La inscripción en el Registro Civil no solo se trata de un trámite burocrático, sino de un acto que valida la existencia de un ser humano que tocó nuestras vidas. No importa cuán pequeño haya sido el tiempo que pasaron en este mundo o si la sociedad no es capaz de entender que hay vida desde el momento de la concepción, esos bebés dejaron una huella imborrable en nuestros corazones. Inscribir a los bebés nacidos muertos en el Registro Civil reconoce y honra esa huella, permitiendo que sus nombres y vidas sean registrados oficialmente en la historia de nuestras familias.
La falta de reconocimiento puede añadir un dolor adicional a las familias que ya están lidiando con una pérdida devastadora. La sociedad debe avanzar hacia una mayor comprensión y empatía hacia las experiencias de pérdida y duelo, y parte de ese progreso implica garantizar que todas las vidas sean reconocidas y respetadas, sin importar cuán corto haya sido su tiempo en este mundo.
Nuestra lucha por el reconocimiento de Miguel en el Registro Civil me ha llevado a muchos lugares un compromiso firme: trabajar para crear conciencia sobre este tema y abogar por un cambio en las políticas y regulaciones. Ninguna familia debería sentir que su pérdida no es lo suficientemente significativa como para ser reconocida legalmente. Cada vida cuenta, y cada historia merece ser contada.
La inscripción en el Registro Civil de bebés nacidos muertos es una cuestión de humanidad y compasión. Es un paso hacia la construcción de una sociedad más inclusiva y comprensiva, donde todas las voces y todas las vidas sean valoradas. Mi experiencia personal me ha enseñado que debemos unirnos para cambiar las normas y los corazones, para que ningún padre o madre tenga que enfrentar la pérdida de su hijo sin el reconocimiento y el respeto que merecen. Mi marido, Miguel y yo esta mañana pedimos cita en el Registro Civil, no sabemos lo que nos vamos a encontrar, pero sentimos que hemos dado un paso más en ese proceso de reconciliarse con la vida en el que estamos inmersos desde que nos despedimos de nuestro primero hijo.
La vida es frágil y preciosa, y cada vida, sin importar su duración, tiene un impacto. Inscribir a los bebés nacidos muertos en el Registro Civil es un acto de amor y memoria, un paso hacia la sanación y una forma de asegurar que nunca se olviden.