El hecho diferencial es un elemento a mimar en el paisaje emocional de los pueblos, especialmente en aquellos que no son en nada diferentes a otros pueblos. Es más triste en el caso del hombre respecto a otros hombres, porque un pueblo es una voluntad maleable, masificada, cosificada, dada a la exclusividad por la vía del egoísmo y como lo es, poca responsabilidad se le puede exigir a esa masa informe y deforme, lejos de abismarse en esa diferencia que los torna indiferentes con los demás pueblos. Todos diferentes e indolentes. Sin embargo, como digo, la cuestión se agrava cuando, tomados hombre a hombre, observamos la natural tendencia hacia esa deriva alejada de la singularidad, elemento, ese sí, verdaderamente diferenciador. Ocurre que la singular naturaleza de cada hombre no es un activo del paisaje emocional de un pueblo, sino aquello que lo pone en duda, y un pueblo no puede dudar.
León desea constituirse, junto a Zamora y Salamanca, en una autonomía que le permita contar con un gobierno que producirá gastos que se detraerán de los presupuestos y de partidas destinadas a cubrir necesidades básicas, esas que, por serlo, siempre pueden esperar.
No es tanto la maldad de la división como la perversión de multiplicar esa especie impune que es el “quebrantaestados”.
No nos cabe, créanme, ni aun vendiendo museos, escuelas y hospitales, salariarlos y jubilarlos en la medida de sus ocultos vicios y públicas “indignidades”.