Septiembre está siendo un mes frenético, como si hubiésemos vuelto de las vacaciones con ganas de comernos el mundo y llenar las agendas, programar reuniones, eventos, retomar rutinas (nuestra bendita rutina de la que ya hablé días pasados).
Septiembre es también, mes de “ITV’s” médicas, esas que procuro no saltarme para seguir dando, en la medida de lo posible, lo mejor de mí. Apuro la agenda laboral, recojo a mi madre -hoy nos tocan revisiones a las dos-, una prueba, otra y por fin un momento de desconexión. Aprovechando uno de estos días magníficos que nos regala el final del verano, nos hemos venido a una de nuestras terrazas favoritas de Santa Cruz. No se me ocurre mejor manera de bajar el ritmo, de despedir el día, que frente al mar y prestando un momento de atención, de los pocos que puedo, iniciada ya la vorágine post-vacacional. En la conversación, se cuelan los recuerdos de sus veranos infantiles, cuando venía en barca a visitar a amigos de los abuelos que disfrutaban los meses estivales en la zona, los juegos, las risas; hablamos también de las costumbres de antes y del “modus vivendi” actual, del pasar de los años, de vivir, sobrevivir, supervivir. Lo enlazo con la serie documental que acabo de ver “Vivir 100 años: el secreto de las zonas azules”.
Un fascinante viaje de la mano del escritor Dan Buettner, que arranca con una afirmación y una interrogante: “A la mayoría no nos gusta pensar en la muerte, pero hay algo que es seguro: va a llegar. La pregunta es ¿cuándo?”. No se trata de buscar en laboratorios o estudios científicos, las respuestas las descubrimos en 5 zonas geográficas, denominadas zonas azules. Para las personas curiosas, este término fue acuñado por los investigadores Gianni Pes y Michel Poulain en su estudio sobre la longevidad de la población anciana en Cerdeña, Italia.
Cinco lugares, cinco secretos. Okinawa en Japón, Loma Linda en California, Icaria en Grecia, Cerdeña en Italia y Nicoya en Costa Rica cuentan con la mayor concentración de personas longevas, y especialmente centenarias, del mundo.
¿Los secretos de esa longevidad? ¡Te los descubro!
1.Dieta saludable: mediterránea, atlántica, vegetariana, la clave está en la utilización de alimentos naturales, variada, kilómetro cero y, sobre todo, cocinados con amor e ingeridos con calma. Como tantas veces suelo decir no se trata de comer quinoa que viene del otro lado del mundo, si no de lo que tenemos en la “leira” de al lado de casa y a cada temporada, su producto.
2.Actividad física regular, rompiendo los mitos de los gimnasios -que me perdone el sector-, prevalece el movimiento más orgánico: bailar, caminar, “sachar”.
3.Relaciones sociales, la “tribu”, sentir que pertenecemos a una comunidad y que contamos con vínculos fuertes. Compartir tiempo, escuchar, reír, cantar junto a otras personas.
4.Ocuparse y no pre-ocuparse, técnicas de relajación, meditación, nuestra afamada siesta, todos esos momentos que nos permitan parar la mente y bajar revoluciones.
5.Sentido de propósito: algo que ya nos descubrió Viktor Frankl en su libro “El hombre en busca del sentido” y que implica tener metas, alicientes lo que en Japón llaman Ikigai o Plan de vida en Costa Rica.
¿Te apuntas a seguir estos hábitos? Quizás así, se cumpla el dicho de Pitágoras “Una bella ancianidad es, generalmente, la recompensa de una bella vida.”