Viaje en autobús sin la ministra

Viajo en un tren de cercanías a la hora en la que coincido con muchos universitarios que van a sus facultades y escuelas. También me desplazo a continuación en autobús, algo menos en Metro. Y desde que escuché a la ministra de Justicia decir que en sus viajes en transporte público ha podido constatar que la gente se inquieta por la renovación o no del poder judicial, me he aplicado a realizar mi pequeña encuesta sobre lo que la ciudadanía, la que transita por las calles y se desplaza en a sus ocupaciones en medios colectivos, habla o no habla para combatir el aburrimiento. Y es precisamente armado con un tomo sobre ese problema, el aburrimiento, escrito por una especialista, Josefa Ros, a la que descubrí en una tertulia televisiva, como, entre página y página, observo y escucho a los otros viajeros. En la esperanza, como la ministra Llop, de que los muchos temas candentes en política, economía o cambio social apasionen en ese tren, en aquel autobús, en los vagones a veces atestados del Metro. Porque siempre pensé que España, con su política desquiciada tantas veces, ha de ser caldo de cultivo para vehementes discusiones que no abarquen solamente al habitual derrotismo de las charlas con los taxistas. Cuán equivocado estaba. Claro que los avatares increíbles de la renovación (o no) del gobierno de los jueces estaban por completo ausentes de las conversaciones. Lo mismo que la reforma de la sedición, la subida del Euríbor (y de las hipotecas), las confusiones literarias de nuestros políticos o la guerra en Ucrania. Ni siquiera los sucesos, tremendos, del fin de semana o el fútbol protagonizaban las conversaciones. Nada.
 

Entre otras cosas, señora ministra, porque no había conversaciones. Allí, exceptuando a un par de jóvenes que se felicitaban por haber abandonado Twitter para abrazar algo más ‘moderno’, textual, nadie hablaba. Ni siquiera por el teléfono móvil, en el que todos y todas -casi sin excepción- tecleaban afanosamente. Así que me sumergí en mi libro sobre el aburrimiento, consciente de que el mejor antídoto debe de ser, por lo visto, enviar mensajes por el teléfono y nunca pontificar con los demás sobre una actualidad que temo que interesa poco a los viandantes. Por cierto, era yo el único ‘demodé’ en todo el vagón que llevaba un libro en las manos. Ignoro en qué transporte colectivo viajaba la señora Llop que no oyó el atronador silencio de los corderos whatsappistas. Quizá ese día el chófer la llevó al Ministerio y se olvidó de tomar el Metro.

Viaje en autobús sin la ministra

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