‘Unilateralidad’: esta es ahora la palabra maldita

Hartos de barajar la ‘amnistía’ como principal obstáculo para el ‘sí’ de Puigdemont a la investidura de Pedro Sánchez, una nueva palabra, mucho más líquida, que diría Zygmunt Bauman, en cuanto que más inaprehensible, y por tanto, más difícil de percibir, irrumpe en los términos de una negociación como la que llevan el Gobierno y Junts. O, más exactamente, Pedro Sánchez y Carles Puigdemont, aunque sea, nos cuentan, sin hablarse directamente (aún). Esa palabra, que se va haciendo un sitio preferente en los titulares, es ‘unilateralidad’. A veces devenida en un trabalenguas en las tertulias radiofónicas, y, si lo analizamos con calma, peligrosísima. Puigdemont hace saber que no renuncia a la unilateralidad en sus negociaciones con el Ejecutivo de Pedro Sánchez. Desde el PSOE llegan voces diciendo que no admitirán esa unilateralidad, definida como ‘aquello que viene de una sola parte’. Es decir, que Puigdemont tiene muy claro, y lo demuestra en cuanto puede, que él, y solo él, decidirá los términos de un acuerdo para que Sánchez resulte investido. Así, el palabro se convierte en una clara humillación al Gobierno central, que representa a todos los españoles: en el fondo, es ningunear la capacidad negociadora y limitadora de ese Gobierno, dejando de lado las barreras legales, porque los términos del acuerdo vienen de otro lado, donde la normativa vigente importa muy poco. De Waterloo, concretamente.


De esta manera, la amnistía, e incluso una difusa autodeterminación de la que ahora apenas se habla, quedan relegadas a un segundo término, produciendo la impresión de que ya casi no son un escollo: la amnistía es posible y el referéndum, algo negociable a medio plazo, es la sensación que empieza a cundir, parece, en la piel de buena parte de la ciudadanía. Una sensación sin duda inducida por parte de quienes tratan de ‘acostumbrarnos’ a que lo ilógico es lo lógico.


Así que ahora lo importante es dejar claro quién manda. Unilateralmente, nada de negociaciones bilaterales o multilaterales. Y quien manda, por el momento, es Junts y, por tanto, su ‘líder moral’, el fugado en Waterloo. Ya digo: todo es líquido, inaccesible al común de los mortales, a la opinión pública y publicada, que no se enteran de la misa la media, porque, nos dicen sin sonrojarse, la negociación tiene que ser discreta. Y dictada desde la ‘unilateralidad’, que retorna a los pagos de la política nacional como una pesadilla que ya creíamos, ingenuos, que habíamos empezado a superar.


Me parece una situación casi terrible, por definirla con una sola palabra. Con el Parlamento prácticamente cerrado para exigir al Ejecutivo, en funciones pero funcionando excesivamente para las limitaciones que impone la Ley del Gobierno, que acuda a las Cortes para explicar qué diablos está haciendo, y con el Judicial sumido simplemente en el caos, el panorama resultaría insostenible en una democracia medianamente sana. Máxime cuando la oposición permanece como aletargada, a la espera de mejores noticias.


Y es una situación que no puede prolongarse mucho, porque se está notando ya en la gobernabilidad cotidiana del país: el presidente y sus ministros están obviamente --y quizá lógicamente-- pensando más en su futuro profesional que en el del resto de los españoles. Y quien tiene la gobernabilidad del país en sus manos, que es un personaje que odia al país, solo se preocupa por demostrar que es él quien decide el rumbo. Unilateralidad, unilateralidad, cuántos disparates se cometen, y quizá se vayan a cometer, en tu nombre.

‘Unilateralidad’: esta es ahora la palabra maldita

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