Nueve de la noche, miércoles, tiempo de escribir. No es la primera vez, ni será la última, que brujuleo mi cuaderno o curioseo en el apartado de notas del móvil en busca de alguna idea semilla para arrancar la columna semanal. La casa en silencio, hoy no tengo más música que el viento que llama a través del cristal. Sin duda abril ha querido hacer gala a su refrán, “en abril, aguas mil” y ha iniciado con lluvia y, sobre todo, aire. En notas no encuentro hoy nada muy inspirador; me detengo en la aplicación “Tiempo”, se anuncian rachas de 56 km/h, y parece que seguirá así los próximos días, aunque con menos agua.
Rachas, ráfagas, tormentas… pues eso, tormentas de ideas. Quizás nos hemos contagiado del viento y en el equipo no paran de surgir ideas, algunas más locas, otras con más coherencia, el caso es que las mentes no paran. Como en todo equipo, hay personas más creativas y divergentes, mientras otras aportan el “sentidiño” y la convergencia. La complementariedad mejora cualquier resultado y aporta esa suma que multiplica.
La hora de la comida, ese espacio de compartir donde tratamos de no hablar del trabajo si no de lo que nos mueve, lo que nos interesa o de los “proyectos no en curso”, es decir lo que se nos ocurre. Ese tiempo, al menos para mí, es uno de los momentos mágicos del día. Mostramos, muchas veces, nuestro lado más auténtico, expresamos nuestros ideales más genuinos. Al escuchar las perspectivas de las demás personas, se flexibiliza nuestra mente, nos ayuda a conectarnos desde otro ámbito y “salir de la caja”.
Pensamos con libertad, no juzgamos, jugamos, por muy descabellada que sea una idea. Y si alguna de éstas se cuela, con aroma de transformarse en proyecto, los perfiles más convergentes del equipo no tardan en bajarla a tierra, darle forma y plantear un plan de acción. Porque está claro que, sin acción, así como llegó la tormenta, se va. El aterrizaje de ideas se completa en otros espacios, cuando volvemos a la oficina, con papeles y ordenadores delante, dejando que amaine el viento y las rachas se vuelvan suaves brisas.
Disfruto cada día de esos momentos, ver crecer al equipo, cada persona afianzándose y reconociéndose en su estilo, identificando y aprendiendo de los demás. Se tejen colaboraciones entre perfiles más especialistas y más generalistas, se retroalimentan los pensamientos divergentes y los convergentes, lo creativo y lo racional. Los ingredientes que amalgaman todas esas sesiones, las formales y planificadas, las informales y espontáneas son la curiosidad, el respeto, las ganas de seguir aprendiendo y creciendo juntos. En este sentido, creo que suman más las competencias y los intereses que los títulos y las certificaciones, sin mucho menos despreciar a éstos últimos. Equipo multidisciplinar, multipotencial, multicultural, intergeneracional, ¿qué más se puede pedir?
El viento se ha calmado, pero promete llamar de nuevo a la puerta. Mañana será otro día de reuniones, proyectos en curso y seguro que en algún abrir de ventanas se colará una tormenta perdida e ideas nuevas.
Quedémonos pues con esta frase de Maya Angelou “En la diversidad hay belleza, y hay fuerza.”