La dimensión social de la persona está inseparablemente unida a la individual. Es más,  no existen derechos de la persona que puedan decidirse autónomamente fuera de la comunidad en la que se despliega la existencia, pues los derechos, sobre todo los fundamentales, deben ejercitarse desde la perspectiva de la solidaridad.

En este sentido, Pérez Luño entiende que las libertades en este tiempo no pueden concebirse como un atributo del hombre aislado que persigue fines individuales y egoístas, sino como un conjunto de facultades del hombre concreto que desarrolla su existencia en relación comunitaria y conforme a las exigencias del vivir social.

Los derechos fundamentales de la persona son individuales y sociales. Mejor, son derechos fundamentales de la persona sin más, derechos subjetivos de especial relevancia, tal y como expuso Alexy tiempo atrás, porque están íntimamente ligados a la dignidad humana. Sin su ejercicio en mínimas condiciones el ser humano concreto no alcanza el mínimo de “humanidad” necesario para una vida digna. Son, los derechos sociales fundamentales de mínimos. 

Los derechos sociales fundamentales son de titularidad personal. De titularidad personal tal y como advirtió atinadamente Burdeau al señalar que mientras la titularidad de los derechos civiles y políticos de las primeras Declaraciones de Derechos residía en el hombre en abstracto, ahora, en el tiempo de los derechos sociales, económicos y culturales, la titularidad de los derechos sociales fundamentales corresponde al hombre concreto, definido por la particular y real situación social en que se encuentra.

Estos derechos, por ser fundamentales, deben ser subjetivos pues no es comprensible un derecho fundamental de la persona humana que no se pueda exigir ante los Tribunales de Justicia. Son derechos subjetivos cuyo reconocimiento y efectividad está por encima de las mayorías parlamentarias, por eso son derechos fundamentales, derechos humanos.