Esa es la nueva variante de la cepa del virus seudoideológico que se nuclea en torno a personalismos rentables, sus magníficos atuendos y sofisticados dispendios. Personas, a su medida, capaces de todo en defensa de sus necesidades e intereses. Inquilinos del común, que no dudan en torsionar el sistema si tal brutal disfunción les beneficia. En su justa medida idealistas, en su manifiesta necedad narcisistas sazonados de un dulzarrón aroma elitista y un generoso toque de supremacismo, racismo y raquitismo global. Fervorosos seguidores de fórmulas sociales de solidaridad contable e igualdad equidistante y progresiva para ir siempre un paso por delante, porque solo así se consienten en el progreso y son capaces de ser progresistas.
No es una ideología, es cierto, no le cabe pensamiento, si por pensamiento hablamos de un rigor de la razón en aras de la idea como centro de ese universo. No es tampoco una psicopatía, es solo la expresión neurótica de una monomanía, la de alcanzar y mantener su hegemonía en todos los órdenes de la vida para ser así modelo de todo sin ser ejemplo de nada.
Mentirosos patológicos, no le cabe, sino negarlo, sin dejar de serlo, porque eso son en esencia y conciencia, ciega mendacidad que les permite mentir y vivir sin el menor atisbo de humildad, ni gesto de dignidad, no en vano son, aunque duela, la sombra del malbaratado progreso y la malograda esperanza que preside nuestras vidas y haciendas.