Semana horribilis

El envilecido debate político ha llegado esta semana a su máxima expresión. Los insultos y descalificaciones mezquinas han batido todos los récords. El descontrol en la Cámara es tal que, en lugar de controlarse, pretenden culpar a Meritxell Batet de ser excesivamente laxa en la aplicación del reglamento. Como si fueran alumnos de una escuela, necesitados de azotes en las manos con una regleta, para aprender modales. Se olvidan de que son representantes de la soberanía popular.
 

Lo peor de todo es que han convertido la gresca en una arma electoral de la que piensan sacar réditos. Vox, que declinaba peligrosamente en las encuestas, ha encontrado un trampolín para volver a recuperar a los suyos: la exaltación y el insulto. Al igual que Podemos, cuya dirigente Irene Montero, ha pasado de las lágrimas por las intolerables afrentas sufridas al verbo grueso y las acusaciones malsonantes.
 

Deben pensar que les va bien y que así se distrae a la opinión pública del fracaso de la ley contra la violencia sexual que acumula sentencias exculpatorias. Incluso se habla de su posible candidatura a encabezar las listas de Podemos, si fracasa el pacto con la plataforma de Yolanda Díaz. Antes de llegar a eso, y como muy bien ha recordado Felipe González, tendrán que asumir que la ley está mal hecha. Y, cuanto más tarden en dejar de lado la soberbia, más violadores estarán en la calle.
 

Al final, puede que también Gabriel Rufián, el portavoz de ERC, esté en lo cierto. Sostiene que las peleas barriobajeras en el hemiciclo producen en el electorado un hastío y un rechazo a los políticos que provocan la abstención. Resulta curioso que lo defienda él, que convirtió los plenos del Congreso en un espectáculo circense, donde lo mismo aparecía con camisetas con eslóganes que esgrimiendo una impresora desde el escaño. Debe saberlo por experiencia. Porque asegura que son los votantes de izquierda los que se quedan en casa el día de ir a votar.
 

Todo esto ha ocurrido poco antes de que se celebren las jornadas de puertas abiertas con motivo del aniversario de la Constitución, texto que se ha convertido asimismo en un objeto arrojadizo. Ahora se cruzan, junto a los insultos, las acusaciones de incumplimiento y desacato a la Carta Magna.
 

Mientras, los ciudadanos que hacen cola para visitar el Congreso, y al pisar el hemiciclo buscan los asientos de este o de aquel, se quejan ante los medios del deterioro de la vida pública, asegurando no sentirse representados. Un señora se lamentaba de que tenía que apagar la televisión porque los debates le producían vergüenza ajena.
 

No se puede seguir así hasta las elecciones. Pero todo puede suceder.

Semana horribilis

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