Los antropólogos están convencidos de que nuestro tatarabuelo, que devino en Homo sapiens, vivió en África y emigró hacia Euroasia por el cambio climático. Que Adán fuera más o menos negro es algo que siempre le puso nerviosos a cualquier miembro del Ku Klus Klan, pero las aportaciones de datos científicos parecen incontestables.
Antonio Machín –perdón, pero ya tengo una edad– se quejaba en un bolero de que los pintores de iglesias nunca pintaban angelitos negros. Recuerdo haberle entrevistado en los años sesenta, cuando la canción protesta estaba en su inicial apogeo, y me dijo que él había sido un pionero de la canción protesta, y tenía razón.
En la imaginería religiosa es lógico que vírgenes y santos sean blancos, porque los palestinos eran ya blancos hace XXV siglos, pero los ángeles, teóricamente son anteriores, mucho más incluso que los 300.000 años del principio del Homo sapiens, y no hay pintor que pintara un ángel negro.
La colonización es cultural, más que religiosa, y recuerdo el asombro que me asaltó --durante la primera ocasión que anduve por el sur de América-- cuando en un diciembre, caluroso como es habitual, veía la representación de los símbolos navideños con árboles y tejados llenos de una nieve que quienes vivían allí no habían visto nunca.
Me sucedió lo mismo en el Hermitage, donde hay un cuadro en el que se presenta a la Virgen, con Jesús recién nacido, a una edad casi adolescente –unos dieciséis años– que era la edad en la que las mujeres de Palestina estrenaban maternidad.
Soy consciente de que la Fe no tiene nada que ver con la lógica, y huyo de esos ateos militantes –tan pesados y pedantes– que me aburren como torpes misioneros sin caridad buscando anti-conversiones. Sucede que, en Semana Santa, a algunos nos asaltan reflexiones que tienen poco que ver con la inflación, el PIB, y las mentiras de los gobernantes. Y nos siguen asombrando fenómenos sociales o individuales, de los que las mentiras de los gobernantes, el PIB y la inflación, nos tienen alejados la mayor parte del año.