Patrulla, sereno, el guardia Ramón, el sereno nocturno de su demarcación. Qué delito se puede cometer que no pueda impedir. Y teniéndose él en esa fe, qué decir de la Institución, armada, militar y de Interior. Y más en ese hoy que estrena por mañana y gracias a su intervención, su nueva compañera de cadera, la pistola Ramon.
A esa misma hora sale de su casa, Ramón, atracador reincidente y respondón, amparado en lo corto de su «recortada» y lo largo de su decisión.
Ramón, el agente, vigila oculto en la trastienda de una gasolinera, cuando oye, en el duermevela, el estruendo gigante de la sombra de Ramón, anunciando el atraco en lo gigante de su vozarrón.
Sale decidido Ramón y encañona con su Ramon a Ramón.
Qué puede pasar que no hubiese pasado ya y no haya podido remediar. Pero Ramón, el ladrón, lejos de atenerse al guion —acatar la autoridad de Ramón por mano de su Ramon— revuelve su recortada contra los dos.
Por aquello de la mutua distensión, leen, los Ramones, en la portada del diario, «malestar en la Guardia Civil por graves los fallos de su nueva pistola Ramon».
Caya Ramón y Ramon e ironiza Ramón «nada como una fusca sin pedigrí». Asiente, triste, el agente sumido en el mal presagio de esa mala información.
Se escucha un estampido en el interior del colmado. Se agita el barrio y duerme serena, en su fundo, la mesta de Interior, ajena a ese desconsuelo en el que se bate en noble duelo lo cheli con lo low cost.