A punto de cerrar el año parece que, casi como un dogma, es preciso hacer repaso de lo que nos ha dejado y disponernos a escribir los propósitos para el año que vendrá. No sé vosotros, pero en mi caso, cumplo con esta costumbre. Lo hago de la manera más tradicional, despido los aprendizajes del año que se va y doy rienda suelta a lo que deseo para el que llega.
Negro sobre blanco, tinta sobre papel de un cuaderno de estreno, escogido para la ocasión, como promesa del viaje que se inicia. Un viaje que este año cuenta con 366 etapas.
Primero toca despedir, reconocer que cada día vivido ha aportado su nota de color, su sonido, sus aromas, todos con un sentido, acercarme a mis aspiraciones. 2023 no ha sido una excepción y, como cada año, el camino no ha venido exento de obstáculos. A veces he tenido que tomar algún que otro desvío por “obras o accidentes.” Otras, sin embargo, los paisajes recorridos me han permitido conocer gente nueva, formas distintas de hacer y, sobre todo, han traído grandes aprendizajes.
Despedir implica despegarse, dejar ir, desde el agradecimiento. Transformar cada experiencia en enseñanza.
Tras el adiós, se esconde la ilusión de lo que está por llegar. Históricamente, cada civilización ha celebrado el cambio de año con rituales destinados a atraer la fortuna y alejar las malas energías, en esa idea de renovación, mejora personal, cumplir sueños. Tomamos las uvas en España, las lentejas en Italia, en Dinamarca saltan de silla en silla-como símbolo de saltar al nuevo año- y en muchos países se despiden con fuegos artificiales para “espantar” a la mala fortuna y bendecir con color al nuevo año. Más allá de todo ello, solemos además proyectar lo que queremos alcanzar para el nuevo ciclo que se inicia cada 1 de enero.
Mi lista de deseos suele ser un cóctel de viajes a lugares anhelados, personas con las que quiero estar y sobre todo pinceladas, más o menos nítidas, de la mujer que aspiro a ser en cada una de las facetas de mi vida: Aïnhoa profesional, pareja, hija, hermana, amiga.
Os confieso lo que estoy esbozando en el cuaderno que ha venido de Barcelona, vestido de flores blancas y negras, perfumado con “te quiero” para mis “quiero”. Bajar el ritmo, disfrutar de melodías más serenas, aunque por momentos se torne “presto”, que no llegue a “allegro agitato”. Detenerme con quienes amo, dedicarles tiempo. Escuchar, escuchar con curiosidad y sin prisas. Afrontar retos profesionales que me permitan desarrollar nuevos recursos. Aprender algo nuevo, seguro que cae alguna formación sugerente. Empaparme de naturaleza, pasear por el bosque, respirar el mar. Escribir, seguir escribiendo cada día. Leer más, compartiendo lecturas en el Pazo. Renuevo mi promesa anual de revisitar alguna ciudad -Paris puede ser una opción y más si es con alguien a quién le puedo descubrir mis rincones favoritos-, y viajar por primera vez a un país -todavía no tengo claro cuál, quizás aquí sea al revés y me sorprendan-.
Os confieso otro de mis rituales particulares, una fragancia. Cada año tomo mi tiempo para escoger mi perfume del año. Libre, fue el de 2023, toda una declaración de intenciones. Veremos por donde se perfila el 2024.
Como decía Gabriel García Márquez, “La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir.” ¡Disfrutemos las 366 que nos depara 2024!