Estamos a principios de febrero y me pregunto si, en pleno invierno, el frío, tan suave, no debiera querer quedarse. Con todo, yo también he disfrutado de un fin de semana de buen tiempo y he salido, festiva, al encuentro de la naturaleza.
Las noticias no dejan de asombrarme, y por enésima vez me digo que no quiero acostumbrarme a que ahí fuera el mundo sea tan hostil. En una carta Van Gogh escribió: «Aun así una enorme cantidad de luz recae sobre todas las cosas». Me consuelo.
Ocupa su espacio legítimo frente a mi casa, dándome la bienvenida, un cartel electoral con la señora Ana Pontón, muy sonriente y favorecida, todo ha de ser dicho, líder del BNG. Cuando el calor tenía su razón de ser, meses atrás, en las elecciones generales, era el señor Abascal quien ondeaba en mi puerta. Conviene que les adelante que en esta columna desisto de hablar de política, porque no entiendo este desgobierno constante. Me temo que no tardaré mucho en abrir y cerrar la puerta de casa con otro candidato o candidata, del color que toque, proponiéndose para ejercer el poder.
El Poder. A estas alturas, entiendo que los candidatos saben que el poder real no coincide con los cargos públicos. No es la potestad de mandar, sino la capacidad de influir sobre otros, incluso sin mandar. Incluso desde lejos. El juego político consiste en llegar al Poder, pero otra cosa es ejercerlo. Dijo Degaulle que el Poder es la impotencia.
En cualquier caso, prefiero la política doméstica, local, autonómica, por cercana y necesaria. Suerte a todos los candidatos y candidatas de buena voluntad y buenos propósitos. Necesaria es la administración y el buen gobierno de nuestra sociedad.
Dicho esto, recupero lo que quería contarles, la lectura de un libro maravilloso, escrito por Jocelyne Saucier, de título Y llovieron pájaros. Hay en este libro una reflexión bella y lúcida sobre la esencia última de la naturaleza, pues habla de ella como oportunidad: la de llevar a cabo una revolución íntima capaz de romper nuestras ataduras a una existencia a veces innecesariamente compleja. En un momento en el que todos andamos veloces, tan productivos, y habiendo mercantilizado casi todos los aspectos de nuestra vida, la naturaleza todavía nos asombra, poderosa, capaz de alejarnos del ruido. ¿Cuánto silencio es necesario para estar en paz con el tiempo que nos ha tocado vivir? Tengamos el poder de recuperar ese vínculo tan especial del hombre con la tierra. Todo irá mejor.