En permanente espera (I)

La espera tiene su recompensa, la cuestión radica en no desesperarse, para poder dar sentido a la vida. Lo importante siempre es entrar en disposición de encuentro; y, así, llegar a buen puerto a través de los acuerdos entre unos y otros. Por eso, es trascendental no confundirse e ir a lo esencial, donándonos gratuitamente y a fondo perdido, sin esperar nada a cambio. Ciertamente, somos ocho mil millones de habitantes sumidos en multitud de crisis, algunos con graves dificultades, muchos en tránsito, en busca de oportunidades y tratando de abrazar otros horizontes más armónicos, huyendo de los desastres climáticos y de las contiendas. 
 

Sea como fuere, la familia humana no puede desvincularse de anidar y embellecer ese poema interminable de luz y vida, que tenemos encomendado conjugar entre sí, concibiéndolo con la mano extendida y el ánimo abierto al abrazo constante. Es verdad que, en los últimos tiempos, las desigualdades fueron aumentando, con el consabido tormento de injusticias que nos dejan sin alma, hasta el extremo de deshumanizarnos por completo y no querer entrar en razón para intentar llegar al entendimiento, como especie pensante que somos.
 

Desde luego, en la espera del mañana, donde nos aguarda siempre alguna sorpresa, el alimento de los sueños es vital para un futuro nuevo. Sin duda, tenemos que estar despiertos, vigilantes como buenos poetas en camino, mirando más allá de nuestros alrededores, alargando la mente y cruzando todas las fronteras con el corazón en la mano, para abrirnos a las necesidades de la gente, que son cada día más y más tremendas. Silenciar estas situaciones tampoco es de recibo. Por otra parte, convivir en alto riesgo y sin esperanza alguna, con la voz adormecida de quienes nunca fueron escuchados, merece un innovador estímulo, que ha de ponernos en movimiento, mientras en nuestro interior está viva la esperanza.

En permanente espera (I)

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