Son las ínfimas acciones de cada día las que nos engrandecen el alma. Hemos de ponerlas en práctica, sin desfallecer un instante, con la familiaridad y la perseverancia en el buen obrar. De esta forma, seremos mejores ciudadanos, gentes de palabra en coherencia con nuestro hacer, por el bien de nuestra casa común. Quizás, en este momento de tantas dificultades e incertidumbres, necesitemos mirarnos mar adentro, más allá de las apariencias, para descubrir el tesoro que todos llevamos consigo. Seguramente entonces, tengamos que hacer parada y tomar aliento, recluirnos y vencer la tentación del desánimo, haciendo un diario autobiográfico, con una ética racional, como condición previa.
En efecto, la crónica viviente no puede desperdiciarse, los tiempos están para asentarlos donándose, para ganar salud en nuestro fuero interno con nuestras humildes prácticas de entrega a los demás. El mundo tiene que dejar de ser mundo y convertirse en cielo para todos. Por eso, se requiere estar en guardia como auténticos protectores, anclados en la conjugación del verbo: el amar de amor amar. No desmoronarse, en consecuencia, en el interrogatorio. Persistamos con las accesorias actividades de cada aurora, aquellas que vierten acogida y clemencia bilateral.