Como lo leen. Les cuento. Un día, estaban dos amigas –Lola y Loli— disertando sobre lo divino y lo humano, tomando sendos cafeses, cuando se les une otra amiga –Ángela—. Venía asombrádica, boquiabiértica y ojiplática, porque acababa de estar con su hija y le había contado algo del todo increíble. Resulta que la muchacha había ido a consultar sus cuitas con una vidente y ésta le había contado su vida y obras –las de Ángela junior, no las de la vidente— con todo lujo de detalles. ¡Incluso secretos familiares de esos que no se confiesan ni al Papa! Y después le hizo un vaticinio sobre su futuro, claro, porque era lo que le importaba, que el pasado ya se lo sabía. Y, bueno, qué quieren que les diga… ¡La moza salió de allí alucinadita! Y no, no me digan que Vaticinia –en adelante la llamaremos “Vaticinia” a la vidente— investigó sobre el pasado de Ángela junior, porque habría sido imposible. Cuando la llamó por teléfono para concertar la cita, solo le pidió un nombre, el que fuese; no tenía ni por qué ser real.
Así pues, muertas de curiosidad e imbuidas del cachondeo que pueden imaginar, Lola y Loli se miraron con cara de complicidad y se dijeron en silencio: ¡Yo también quiero! Y pidieron cita para Vaticinia. ¡No vean la lista de espera que tenía la señora! Tuvieron que esperar un par de meses, casi tres. Llegó el día de autos y allá se fueron las dos Dolores. Mientras esperaban en la entrada a que se ventilasen los efluvios místicos del cliente anterior, Vaticinia se dirigió a Loli y le dijo: “Tú tienes dos hijos varones, ¿verdad?“. Respuesta afirmativa. “Pero son muy distintos, ¿a que sí? Uno es muy alto y el otro mucho más bajo y más dulce y cariñoso que el alto”. Respuesta afirmativa. “Porque del alto estás hasta la coronilla, ¿no?”, dijo tocándose la susodicha parte del cocoroto. Respuesta: “Le llamo ‘el Tocapelotas’…”. Bueno, no fue un mal comienzo. Había acertado tres de tres.
Entraron en el despacho de Vaticinia por separado. La primera fue Lola. Le dijo que dejase al novio que tenía en aquel momento, que era un giliXXX y no iban a llegar a nada. Y miren ustedes por donde…, ¡que ya lo tenía decidido antes de que se lo dijese Vaticinia! Después le auguró que conocería a otro mozo. Le describió su altura, el color de su pelo, le dijo a qué se dedicaba y la inicial por la que empezaba su nombre. Todo, todo, todo. ¡Y lo acabó conociendo! –que no lo conocía—, ¡y se acabaron casando! A todo esto, Lola no abrió la boca mas que para asentir o disentir, sin dar explicaciones. ¿No me digan que no es para pasmar un buen rato? Pues eso digo yo también.
Vio Vaticinia que Lola tenía una hija y que la tal hija estaba trabajando, pero en algo que no era “lo suyo” y que estaba adelgazando mucho por el tute que se pegaba diariamente. Y, en efecto, la muchacha trabajaba de camarera –era enfermera y en aquellos tiempos tardaran mucho en convocar oposiciones— y había adelgazado siete kilos en un mes. También le dijo que no se preocupase, que acabaría trabajando de “lo suyo” –“lo suyo” de la niña, no de Lola”— en un sitio muy grande –imagínense dónde puede ser…—. Pues tal cual se lo imaginan.
Al cabo de un rato de visiones pasadas y futuras de todo tipo, Vaticinia le dijo a Lola: ”¡Ah, pero si también tienes un hijo!”. A lo que Lola asintió –recuerden que estaba calladita sin dar explicaciones—. “Pero estáis distanciados, porque tardó mucho en salirme”, añadió Vaticinia. “Yes”, gesticuló Lola con la cabeza. “Pues de eso tiene gran culpa su pareja, que no digo que propiciase el desencuentro, pero tampoco hace nada para propiciar el encuentro”, adujo la visionaria. Lola simplemente se encogió de hombros y ladeó la cabeza a la derecha, insinuando: “Pues sí, pero ¿qué quieres que le haga yo?”.
Más o menos. Vaticinia visionó pasados y vaticinó futuros sobre los más variados temas –trabajo, amor, viajes…—. Unos se cumplieron y otros no, pero las Lola-Lolitas salieron de allí bastante emocionadas, contándose los sucedidos y sucedibles que les había contado Vaticinia a cada una. Fue una experiencia divertida, cuando menos.
Al cabo de unos años –los vaticinios de Vaticinia tenían seis años de caducidad—, las dos amigas se acordaron del tema y decidieron volver. Esta segunda vez, Vaticinia no les convenció tanto. A lo mejor es que tenía los prismáticos de ver el futuro empañados, o algo así, y no ajustó tanto sus predicciones. El caso es que las Dolores no volvieron más. Tampoco es que creyeran mucho en el tema esotérico, porque los hay que andan en brujas y brujos día sí, día también, que lo sé yo. Para mí que van en busca del que les vaticine un futuro que les guste, verbigracia: que les toca la lotería, que les aparece un tío en América que les deja una mina de oro, que van a triunfar en su carrera… Yo que sé, ese tipo de cosas que sueña uno cuando el sueño no es una pesadilla.
Esta semana se me dio por mirar el horóscopo –lo hago siempre, no me digan por qué— y comprobar, al final del día, si se había cumplido o no –esto no lo hago nunca—. Les cuento los resultados.
El lunes, mi horóscopo me recomendaba no recurrir a la automedicación por mucho que me doliese la cabeza, que, aunque la jaqueca me pudiese volver loca –ahí es nada…— podía ser peor el remedio que la enfermedad. Discrepancia: me tomé un analgésico como dios manda, que necesito la cabeza para pensar, qué caray.
El martes, me advertía que los cambios de humor repentinos de mi pareja incidían directamente en la relación y que procurase averiguar cuál era la causa, si es que no era yo, directamente. Discrepancia: mi pareja tiene un humor estupendo, nada se cambios repentinos. Aquí al hogar se viene a dar y tomar paz. Pues eso.
El miércoles, me decía que algunos problemas que me estaban dando dolores de cabeza –otra vez con los analgésicos, cachislamaaar…— se empezaban a resolver tras la intervención de un amigo que me ha abierto los ojos a una solución arriesgada, pero que vale la pena. Discrepancia: o no tengo problemas o no tengo amigos, pero a mí nadie me ha dado una solución a nada.
El horóscopo del jueves se metía con mi coche –mi precioso coche—. Decía que era probable que ese día tuviese problemas con él, que lo llevase al taller para ahorrarme un susto. También vaticinaba que mi pareja me reprocharía mi falta de dedicación. Otra vez discrepancia. El jueves el único problema que tuve con el coche fue que no lo pude usar, porque la ciudad estaba cortada por todas partes por mor de una prueba deportiva –¡oh, qué rarito!—. En cuanto al reproche de mi pareja a mi falta de dedicación… Pues tampoco. Y yo creo que no es por ganas, ¿eh?, porque mi falta de dedicación a la cocina es notable. La suya también, así que, empate.
Viernes: “Hagas lo que hagas, será muy difícil que hoy consigas atraer la atención de esa persona que tanto te gusta. Mejor que lo intentes otro día. Con los amigos pasarás una buena tarde”. Bueno, con éste he de decir que acertó a medias. En la primera parte, cero patatero. En la de la “buena tarde” con amigos, acertó “casi” de pleno. Era más bien noche que tarde, pero la reunión con los amigos fue muy agradable.
Sábado. En este momento estoy escribiendo la Verbigracia y no podré darles el resultado del horóscopo de hoy que reza: “En un plazo breve de tiempo vas a tener que realizar grandes gastos que no esperabas. Eso desequilibrará tu presupuesto, así que más vale que reduzcas gastos superfluos por un tiempo”. ¿Quién dijo “miedo”? Pues mira que no estoy yo acostumbrada a apretarme el cinturón…
Ahora saquen ustedes sus propias conclusiones y si quieren creer en esoterismos, crean y si no, pasen del tema. Así mismo se lo digo.