Nacionalismo y galleguismo

Con frecuencia, especialmente en tiempo electoral, encontramos comentarios más o menos interesantes, más o menos acertados, sobre galleguismo y nacionalismo como realidades políticas diferenciadas. De este tema me ocupé hace algunos años, quizás porque se veía venir lo que ha venido y porque en realidad se trata de dos visiones distintas, muy distintas sobre Galicia. El riesgo de confundirse con el nacionalismo ronda habitualmente al galleguismo, hasta el punto de que hay gente, equilibrada y de buen juicio, que piensa que el galleguismo es una suerte de nacionalismo atemperado o, en todo caso, una especie de rampa intelectual o política que conduce al nacionalismo. Sin embargo, como he intentado demostrar en algunos trabajos, galleguismo no es equivalente a nacionalismo. Ni mucho menos.
 

¿Por qué, entonces, volver de nuevo a este camino, para tratar sobre el nacionalismo gallego? Porque el nacionalismo gallego presenta especificidades ideológicas e históricas que interesa subrayar para resaltar sus diferencias y distancias respecto al galleguismo.
 

Como es sabido, el núcleo básico del nacionalismo gallego nace en los años sesenta, en un contexto ideológico de sustancia marxista que reclama un distanciamiento radical del galleguismo clásico. La fundamentación de las posiciones nacionalistas se hace, pues, desde posiciones doctrinales marxista-leninistas, en las que cabe interpretar el nacionalismo como un vector de movilización contra el imperialismo, última fase de evolución del capitalismo en la definición leninista. En esta doctrina deberíamos insertar la caracterización de Galicia como país colonizado, sometido al imperialismo del Estado español. La condición nacional de Galicia se sustancia en el pueblo gallego, que tiene una coincidencia milimétrica con las clases proletarias -obreros, agricultores y marineros-, de forma que el triunfo del nacionalismo significaría no sólo una culturización sino también una proletarización, a través de la colectivización de los medios de producción.
 

Semejantes postulados ideológicos contribuyen a explicar la historia de la acción política de este nacionalismo gallego más significativo: la oposición a la Reforma Política y la Constitución; la oposición al Estatuto Gallego y en general a nuestro proceso autonómico; la defensa, en su momento, de la opción de la lucha armada; los acuerdos con el nacionalismo vasco violento; la postura antieuropeísta; las dificultades para el entendimiento con los llamados nacionalismos moderados; las reticencias para la integración en las instituciones políticas; etc. El abandono paulatino de estas posiciones no responde a ninguna claudicación en los principios, como recientemente se ha recordado, sino a adaptaciones tácticas a la espera de mejores tiempos. Los objetivos de liberación y socialización para Galicia se mantienen firmes.
 

El galleguismo, por su origen histórico, por su tradición cultural, por sus componentes políticos, está en las antípodas del maximalismo ideológico representado por el nacionalismo gallego, que encuentra la fundamentación teórica última en el marxismo. Simplemente recordemos que desde esos presupuestos sólo se puede sostener la defensa y preservación de una cultura tradicional y la configuración histórica de un pueblo o de un país, como un elemento de lucha que contribuya a la exacerbación de las contradicciones internas inherentes a todo sistema social presocialista. Consideradas en sí mismas, nuestra configuración histórica y nuestra cultura son, en la concepción marxista clásica factores de alienación. Los esfuerzos de la escolástica marxista no consiguen salvar este escollo, y renombrados autores desde la ortodoxia marxista denuncian lo que denominan “mito de la cultura”.
 

En el polo opuesto del nacionalismo gallego, se encontraría ideológicamente el españolismo centralista, que es una posición sin relevancia aparente en nuestro panorama político. Las tensiones parecen establecerse desde las concepciones nacionalistas particulares, que empiezan a mostrarse descontentas con la articulación del Estado estructurado según el acuerdo constitucional, expresión que significa el advenimiento de una España de libertades y plural.
 

Sin embargo, debo resaltar que son muchos los defensores del Estado de las Autonomías que no acaban de comprender el sentido de los hechos diferenciales, lo que produce desconfianzas respecto a cualquier compromiso autonomista de fondo.
 

Se trata de una interpretación benigna porque hay que reconocer también en esas desconfianzas resabios, a veces, de un nacionalismo español, confuso como todos los nacionalismos y censurable por su pensamiento único. Veámoslo. La definición de España como nación que se expresa en el texto constitucional no puede entenderse de otra forma que no sea la de Estado-nación, aunque fuese forzando la interpretación, pues no cabe hablar de nación española en un sentido orgánico, ni siquiera en sentido histórico, como no sea en su contextualización como Estado. Por eso cuando se habla de la nación española debe entenderse -no cabe otra manera que sea respetuosa con nuestra pluralidad cultural- en el sentido de Estado-nación, de Estado nacional, el mismo sentido que tiene el término “nación” en la expresión “internacional” o en “Organización de las Naciones Unidas”. ¿Se traduce esta consideración en un debilitamiento o empobrecimiento de la realidad española? En absoluto. Significa el reconocimiento de nuestra pluralidad cultural, la negación de la uniformidad, y la afirmación de la unidad de España, derivada de la constitución secular del Estado, de las realizaciones históricas comunes, de siglos de convivencia, de los proyectos comunes y de la entereza de nuestras libertades colectivas.
 

El galleguismo se encuentra justo en esta posición. Risco decía que lo único que pretendía esta corriente de pensamiento era el reconocimiento de nuestra singularidad cultural; y Castelao afirmaba enfáticamente que si fuesen reconocidas nuestras peculiaridades Galicia sabría ser generosa y ceder en lo que fuese para un proyecto constitucional común.
 

El galleguismo que defiendo afirma con la misma intensidad a España y a Galicia, y no comulga de ninguna de las maneras ni con una reivindicación de Galicia que niegue a España, ni con una imposición de España que ahogue a Galicia. Por eso el acuerdo constitucional de 1978 responde plenamente a la necesidad de un marco referencial que respete íntegramente ambas realidades -con la perfectibilidad de todo texto constitucional-, por lo tanto, sin exclusividades, sin uniformidades, sin imposiciones, sin preeminencias. Es decir, una España constituida bajo los principios de solidaridad, equidad y, sobre todo, libertad.
 

La concepción del galleguismo que así se propne encaja de una forma natural, sin estridencias, en la corriente histórica del galleguismo. Pone en juego un modo peculiar de aproximarse a la realidad gallega que se caracteriza por un esfuerzo de compatibilidad y de dinamización del pensamiento.
El pensamiento compatible permite percibir las cosas en su complejidad real, sin caer en la trampa analítica de considerar como una entidad independiente a cada parte o segmento que se produce en la disección intelectual de la realidad, y salvando las paradojas y contradicciones aparentes de lo real que son producto exclusivo -cuando es el caso- de aproximaciones racionales deficientes. Por otra parte, el pensamiento dinámico permite apreciar la mutua dependencia constitutiva de las entidades que situándose en planos diferentes -y teniendo, por lo tanto, un orden propio- se sustentan, sin embargo, mutuamente, ya que mutuamente se exigen, aunque sea en ocasiones en una relación de subordinación.
 

Con esta mentalidad se puede comprender la afirmación que el galleguismo hace de Galicia y de España. Y sólo de esta forma se entiende que el galleguismo ponga por encima de todo -incluso de Galicia y de España- la libertad. Cualquier configuración histórica, social o política que no esté al servicio de la gente debe ser reformada o rechazada. Si se afirma la realidad gallega y española es por la convicción de que ambas conducen justamente a fortalecer y enriquecer nuestra condición cultural, social y política, la de la gente, la de todos y cada uno de nosotros. 
 

Moderación, reformismo y progreso, autonomía, pluralismo, tolerancia..., son otras tantas razones que nos llevan a situar el galleguismo en el espacio de centro, que rompe con la bipartición estrecha e insuficiente en la concepción de Galicia y de España que a algunos les gustaría imponer. La primacía del individuo hace que el concepto de nacionalidad, tome un lugar derivado –aunque no por ello despreciable-, y que cualquier “cultura nacional” sea siempre una riqueza para quien quiera tomarla, y también para quien no lo haga, pero nunca una palanca de segregación o de exclusión de nadie.

Nacionalismo y galleguismo

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