La existencia por sí misma es un continuo movimiento, un constante proceso en perenne mutación, que nos insta a renacer cada aurora, reconstruyendo caminos y abriendo horizontes. Sólo hay que mirar y ver. Rápidos y profundos son los cambios que están transformando nuestras propias relaciones entre sí y con el entorno. Para comenzar, el escenario de la globalización nos ha abierto diferentes espacios, con singulares oportunidades de desarrollos conjuntos, pero también nos ha reservado nuevos riesgos de graves injusticias con los países más pobres. Ante este bochornoso contexto, sólo cabe un espíritu copartícipe y responsable, para una ayuda activa y eficaz. Sin embargo, y como desgracia colectiva, cada día son más los análogos que sufren discriminaciones y persecuciones. Es necesario, por consiguiente, una auténtica renovación de nuestros propios interiores. Al fin y al cabo, el transitar por aquí abajo, también es un momento de transición para nuestro ser.
Indudablemente, estamos aquí para reconciliarnos con nosotros mismos, para darnos a los demás y hacer historia de hermanamiento, para abrirnos y reabrirnos al auténtico amor más allá de los meros vocablos. Nunca es tarde, por tanto, para cultivar el camino del amor de amar amor. Pongámoslo en práctica cada día. Cultivémoslo sin descanso. No podemos continuar destruyéndonos. Tenemos que reunirnos y unirnos a un espíritu solidario, el único capaz de secar las lágrimas vertidas.
Activemos los abrazos del alma, agitemos los labios de la conciencia, renovemos y removamos el lenguaje de la concordia, con abecedarios acordes al aire de la poesía, que es el que cura todos los males. Ojalá aprendamos a reprendernos, a sentirnos cercanos, a no abandonar la nítida ruta con creatividad y valentía, a ser más clementes y compasivos con nuestros propios individuos colindantes. Sin duda, no hay mejor evolución que la revolución de las palabras, para corregir nuestros típicos defectos.
Hoy, cuando tanto se habla del cambio hacia un mundo ambientalmente sostenible y respetuoso con el clima, cuestión fundamental no solo para responder a la crisis climática mundial, sino también para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, se apuesta por un mundo más verde, que está muy bien, pero al mismo tiempo ha de requerirse de unos liderazgos más donantes, capaces de crear un orbe habitable para todos, no únicamente para algunos privilegiados. Es cierto que, los jóvenes y menos jóvenes, pueden ser una fuerza positiva para el desarrollo conjunto, ¿pero en verdad les estamos ofreciendo la oportunidad de conocerse y de reconocerse como familia humana? A mi juicio, no. Prolifera el divide y vencerás. En consecuencia, urge aprender a querernos para poder ayudar a los demás, que aparte de ser un don para uno mismo nos hace bien a todos. La juventud, requiere como jamás, despojarse de los egoísmos ocultos de la adhesión.
En cualquier caso, tampoco tenemos que perder las ganas de hacer algo en la vida. La verdadera metamorfosis, en consecuencia, será aquella que nos transfigure sin miedo y nos haga resplandecer como auténticos poetas de acción y reacción. Reconozco, que no es fácil acoger la ternura en nuestro caminar, ponerla en práctica, ante la multitud de derrotas cotidianas que nos circundan.
La conversión, desde luego, pasa por tener confianza en uno mismo, por ser más cielo que tierra, más de todos que de uno. De ahí, la necesidad de esos baños de luz verdaderamente resplandecientes, que suelen vivirse y revivirse después en los recuerdos, y que no son otros que hacer comunión y comunidad. Fraternizarnos líricamente es nuestra gran asignatura pendiente.
Si somos latidos, como el corazón así nos lo indica, nos requerimos mutuamente, al menos para formar ese himno perpetuo.