Cuando el poder se adueña del pasado lo convierte en propaganda. Lo hemos visto en España con la Ley de la Memoria Democrática-hemipléjica en relación con las causas que desembocaron en la Guerra Civil- y, en otro registro, lo estamos escuchando y leyendo al cumplirse tres años de la fecha en la que el Gobierno presidido por Pedro Sánchez decretó el estado de alarma y el confinamiento, que fue el reconocimiento oficial de la pandemia provocada por el Covid-19.
Una tragedia que, según las estimaciones más fiables, se cobró la vida de más de ciento cuarenta mil compatriotas, aunque el Gobierno nunca reconoció un balance tan estremecedor. No es una laguna inocente porque, a lo largo de aquellos meses terribles que cursaron entre la incertidumbre acerca de la eficacia de los tratamientos improvisados y el miedo a nuevos contagios, el Ejecutivo gestionó la crisis sanitaria dando palos de ciego.
A finales de enero se tuvieron noticias fehacientes de la progresión de los contagios en distintas ciudades del norte de Italia. Pero aquí los portavoces oficiales trataron de minimizar los efectos del virus para retrasar la alarma de la opinión pública ante la ola de contagios porque estábamos en vísperas del 8M -fecha totémica del Día Internacional de la Mujer para el Ministerio de Igualdad dirigido por Irene Montero- y había que preservar la celebración de las marchas feministas.
Nunca sabremos cuántas personas se contagiaron en aquellas marchas celebradas en las principales capitales españolas y en diversos eventos deportivos que tampoco fueron clausurados. Decretaron un estado de alarma -que posteriormente fue declarado inconstitucional por el TC- y varias medidas contradictorias. El Gobierno asumió la gestión con compras masivas de mascarillas (algunas partidas resultaron fallidas) para, posteriormente, a la vista del desbordamiento del Ministro de Sanidad (Salvador Illa) trasladar la gestión a las comunidades autónomas. Lo que se llamó la “cogobernanza”.
Trataron de de ocultar el insoportable balance de fallecimientos y, aunque ante la avalancha de críticas rectificaron, llegaron a encomendar a la Guardia Civil un seguimiento de los medios para “monitorizar las críticas al Gobierno”. Fueron días muy oscuros. Con miles de muertes en soledad. Sobre todo en las residencias geriátricas. Pese al esfuerzo encomiable de los médicos y el resto del personal sanitario, la Sanidad Pública salió tocada.
Algunas de las carencias actuales que generan manifestaciones de protesta en el sector vienen de entonces. El Gobierno nunca se disculpó por los errores cometidos en la gestión de la pandemia. Ahora, a través de algunos medios afines, trata de difuminar tan ominosa memoria. La recreación del pasado es un capítulo importante, uno más, de la ingeniería social tan del gusto de nuestros actuales gobernantes.