Llegados al ecuador del festival, la presente crónica hace un repaso sobre los argumentos y algunos de sus aspectos formales de los títulos de la Sección Oficial, hasta el momento proyectados. Es decir, de las películas que se disputan el Colón de Oro o, cuando menos, la presencia en algún lugar del palmarés.
Una poderosa familia burguesa capitalina dispone de una mansión rural en la que acostumbra a pasar temporadas. Siendo niño, el primogénito vive el drama de ser testigo de la desaparición bajo el agua del río de su hermana menor. De ella quedará un recuerdo especial, un camafeo que, como recuerdo de la muchacha, será disputado por otra niña del lugar de una familia modesta, cuyo padre tuvo tiempo atrás tuvo un notable litígio con el adinerado paterfamilias. Transcurridos los años, las diferencias entre ambas familias permancen y el otrora niño es ahora un joven activo y afortunado felizmente recién casado. A partir de aquí se desencadenan una serie de episodios en torno a la posesión del recuerdo-fetiche que atravesarán un espacio temporal de meses, en el que se suceden acontecimientos que corresponden a diversos planos de la realidad. La historia camina entre la mirada y los diferentes criterios de ambas familias: la cultura urbana y la subjetiva lejanía del pasado ante la rural arraigada en la leyenda y en el recuerdo del padecimiento de los conflictos entonces originados que para ella, especialmente significada en la figura masculina, siguen siendo un presente pertubardor. Con una estructura cercana al thriller, el solvente relato de Presencias juega al continuo sobresalto para lo cual la banda de sonido es, como de costumbre, un elemento principal.
Los privilegios del confinamiento de cinco militares de alta graduación en una cómoda institución penitenciaria próxima a los Andes por su implicación en el golpe de estado perpetrado por Pinochet se ve amenzada por el Ministerio de Justicia. Ante esto, los viejos y recalcitrantes castrenses manifiestan su disconformidad y traen al presente sus convicciones fascistas de torturadores y asesinos, sin asomo del más mínimo arrepentimiento. De nada les valdrá. Con este argumento el realizador pone en pie su primera obra de largo metraje, Penal Cordillera, una pieza poderosa y bien manufacturada en la que conviven espléndidas interpretaciones y atmósferas logradas para, inspirándose en figuras y hechos reales, construir personajes de notable fuerza dramática que rememoran la infamia y los horrores cometidos tras el arrebatamiento del gobierno constitucional del presidente Salvador Allende.
El fortuito encuentro de un mujer y hombre, jóvenes ambos, en dos paradas frontales de transporte público lleva al establecimiento de una relación entre ambos por iniciativa de ella. Pese a sus previsiones de desplazamiento en sentido contrario y convocatorias diametralmente opuestas, acaban caminando juntos y atravesando una serie de situaciones en las que apenas sucede nada especialmente relevante. Observamos que fuman mucho y mal, que hablan sin tregua, que hacen uso de un código comunicacional de preguntas y respuestas breves y ocurrentes con pretensión de espontaneidad pero que la interpretación y la puesta en escena acaban por descubrir que todo ha sido previamente concebido y detallado en un guión. El procedimiento queda al descubieto: ni la dirección ni la interpretación en la mexicana-estadounidense Adolfo consiguen borrar las huellas del artificio. Es perceptible un lejano aroma a las flores de la Nouvelle Vague, pero estas fatalmente llegan a la pantalla ya marchitas. La apuesta de su autora por la sencillez se le rebela, finalizando por revelarse en sus resultados complicada.
Una comunidad indigena en la región brasileña de Goiania se ve, como muchas otras de la Amazonia, amenazada por agentes externos interesados en la obtención de rendimientos económicos a corto plazo para lo cual no dudan en contravenir por la fuerza el modo de vida de estos pobladores. No son pocos los casos de violencia extrema de los colonos ejercida sobre estas comunidades. La virtud de The Buriti Flower radica en la estrategia empleada para acercarse narrativamente a esta comunidad, dándoles a ellos la palabra fuera del modo convencional de la entrevista, así como en la creación del clima para llegar a la inclusión (por reconstrucción) de un episodio de gran dramatismo que, ocurrido tiempo atrás, acabó con la vida de muchos de sus habitantes. La respuesta de los indígenas, entre los que también figuran miembros con estudios y conocimiento de la lengua portuguesa, propicia la adecuada organización para sumarse a las marchas de protesta conjuntamente con el resto de las comunidades de la Amazonia brasileña que viajan a Brasilia para pedir, en medio de un estruendo musical, la dimisión, del presidente Bolsonaro.
En el marco de una familia acomodada, tradicional en todos sus aspectos, se desarrolla la historia de Almamula. Desplazados a la región santiagueña del sur de Argentina, donde el padre con su empresa de construcción interviene en la vida de la población indígena con el consiguiente deterioro de sus formas de vida, la esposa mantiene como puede con la ayuda de una mujer indigena las tareas de la casa y la hija postadolescente disfruta desprejuiciadamente de la vida entre su grupo de amigos, mientras su hermano en el desconcierto de la preadolescencia intenta superar las angustias de la fé religiosa, el mundo del sexo y su identidad como persona. Los preparativos de la ceremonia de la confirmación, inminente proyecto del párroco del lugar, va a constituir de algún modo el detonante que ponga en pie el conflicto interno que sufre el muchacho. Una lograda primera obra en la que coinciden buenos trabajos interpretativos y adecuadas puestas en escena al servicio de una bien construida historia.
La comunidad colombiana denominada La Suprema está orgullosa de su nombre y de sus gentes pese a no figurar en el mapa y no contar con el necesario reconocimiento geopolítico. En La Suprema las mujeres friegan los utensilios de cocina sumergidas de cintura en el río, los más viejos juegan entre risas y chascarrillos, al dominó, los niños se bañan y corretean alegres, un bien llevado matrimonio no se pone de acuerdo en si debe permanecer en un lugar sin porvenir o emigrar a la capital, Cartagena, donde ya vive la hermana de ella, al tiempo que dos mozalbetes se disputan el amor de una joven cuyo interés principal es ser boxeadora, si bien no tiene quien la entrene.
Todo ello para contextualizar la anécdota del reto de conseguir un aparato televisor y el correspondiente fluído eléctrico que permitan acceder a la retransmisión del combate boxístico en el que interviene un reconocido púgil local, tío de la rebelde joven aspirante, afincado en la gran ciudad. Cargado de tan buenas intenciones como de no pocas torpezas, La Suprema está en muchos momentos más cerca del teatro que del cine, involuntariamente mas cerca de la comedia que del drama y lastrada por una excesiva mirada costumbrista.