Marionetas

Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Aunque eso sería hace años porque en estos tiempos puede llegar a no valer ni un monosílabo; los montajes están a la orden del día.


Lo cierto es que en este dramático cambio de época, la calumnia, los silencios y los falsos relatos cruzaron todas las líneas rojas. Y no hay ningún indicio de que eso vaya a cesar pronto.  


Por lo tanto, no es sorprendente ver que tanta gente se quede atrapada en una especie de telaraña en la cual se utiliza todo tipo de trampas visuales que van acompañadas de falsas narrativas.  


El camino más fácil para lograrlo es el de vender espejismos al personal. Un producto que dicho sea de paso nos está llevando a un “guateque” surrealista donde las ideas más absurdas son las reinas del mambo, las cuales acaban generando conductas sociales ovejunas.  


Ejemplos para entender de cómo funcionan estas cosas hay cientos, incluso miles. Pero como no tenemos espacio, por otro lado, se necesitarían muchos artículos como este, nos detendremos brevemente en un fenómeno social (¿social…?) de gran actualidad: la “invasión” canina.


Antes que nada este servidor quiere aclarar que es un gran amante de los perros. Lo único que intenta es analizar, aunque sea por encima y utilizando este ejemplo, lo voluble y manipulable que puede ser la mente humana.  


Desde que fueron domesticados estos “lobos” y convertidos en perros cumplieron  funciones utilitarias, como la de pastores, guardianes de la casa, salvamento y otros cometidos, entre los que también está el de acompañar a las señoras ociosas al café más “chic” del barrio.


Lo curioso es que de un tiempo a esta parte la vida de estos animales cambió por completo. O se la cambiamos. No sabemos si para bien o para mal. Lo que sí sabemos es que hoy todo hijo de vecino que se precie, aunque el salario no le alcance para llegar a fin de mes, desea tener su propio perro.  


Hay quién lo explica diciendo que eso es por el gran amor que nuestra desarrollada y humana sociedad siente por estos animales. Puede. Aunque a uno le asaltan dudas más que razonables de que eso sea así.


Seguramente hay gente que sí los quiere de verdad, desde siempre. Eso por descontado. Pero no olvidemos que los anuncios y la propaganda visual hacen su trabajo (¡y qué trabajo!) en la fabricación de ese de amor “enlatado” que nos venden.  


Lo rigurosamente cierto es que  hay una realidad que está muy alejada del amor de los anuncios, que no es otra que una floreciente industria (alimentaria, veterinaria, farmacéutica, hotelera, etc.) que está generando decenas de miles de millones.


Así que, no es que de pronto apareciera una filia colectiva por los perros. ¡Es el dinero que mueven! Pero, además del dinero, sirve de paso para entretener al personal y así no piense en otras cosas.


Y así sucede con lo demás. Por ejemplo, mientras la gente gasta sus energías despotricando en favor o en contra de la ideología de género, el actual feminismo o las energías verdes, se olvida de los problemas sociales. De los reales y no de los que nos oficializan desde las alturas.      


En todo caso, la idea de este artículo no es entrar en este tipo de polémica, sino la de analizar como los estímulos visuales y narrativos pueden cambiar completamente el modo de ver y pensar de las personas, sin importar siquiera lo disparatadas que puedan ser las propuestas que escuchan sus oídos.


Y esa dinámica psicosocial funciona en la relación  a la discriminación, el racismo, la xenofobia, la política, la economía o la geopolítica. Lo único que cambia es el objetivo y el relato.  


Los que todavía pensamos por cuenta propia y que, además, acumulamos en la mochila una suma respetable de años, nos cuesta mucho creer que sea cierto lo que estamos viendo y escuchando cada día.


La verdad echamos en falta los tiempos, no porque cualquier tiempo pasado fuera mejor, en los que la sociedad no se dejaba influenciar por los miedos ni los cantos de sirena, sino por el sentido común y el pensamiento crítico.


La sensación es la de quedarse todos atrapados en un bunker de pensamiento con las puertas de salida cerradas, excepto una. Y eso tiene sus riesgos.

 

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